Quisiera pensar que Carlos Goñi tiene razón, y que la comparte con Fito: "la escuela nada me enseñó y del maestro nada aprendo". Quisiera pensar que lejos de que el cuadrado de un binomio sea el cuadrado del primero más el cuadrado del segundo, más el doble del primero por el segundo, que sean copulativos los verbos ser, estar o parecer, que tengan valencia uno, litio, sodio, potasio, rubidio, cesio y francio.... las verdaderas lecciones las aprendemos fuera y dentro, cuando viajamos.
Cuando un día nos levantamos con voluntad suficiente como para iniciar ese camino que nos conduce a nuestro interior, al palacio de las respuestas, siguiendo el dulce camino de las ayudas y los entierros (entierro de errores, cargas y culpas), cuando celebramos con sonrisas y lágrimas el reencuentro con nuestros pensamientos y sentimientos, estamos aprendiendo mucho más, y no solo eso, estamos enraizando esas enseñanzas a lo más hondo de nuestro ser, de forma que no pueda existir tipex ni goma que las anule. Ese viaje interior (ése consciente y planeado de ante mano, con revisión de mochila y todo) es necesario y no hay que temerlo. Que habrá de ser duro el primero,... por esa misma razón, por ser el primero; puede que sí, pero luego, en adelante, los que vengan serán más bien, esperados, anhelados, perseguidos. Lo único que, como en todos los viajes, estaría bien no hacer este primero en soledad, mejor en compañía, que no hay necesidad de echarse más dificultades encima, que la vida ha de pedirse placentera. Más adelante, ya caminaremos a solas.
Luego está la interconexión entre los viajes interiores y exteriores. Es bastante difícil no realizarlos a la vez. En mi caso, al menos, ocurre así . Un día, de buenas a primeras, después de alguna que otra visita al palacio de las respuestas, me lancé a viajar sola, por estos mundos de Dios, descubriendo de mí y de los demás lo más maravilloso. Y podía verme sorprendida y sorprendentemente en lugares y situaciones que me hacían crecer, ser feliz. Las mejores de ellas han ocurrido en dos puntos opuestos de nuestra geografía, dos lugares que encarnan dos facetas de mi personalidad y necesidades: la Graciosa y Barcelona. Cuando me sepáis perdida, buscadme en ellos, os resultará sencillo.
Barcelona es para mí la pila que recarga mi vitalidad y deseos de comerme el cachito de mundo que me haya cedido Natura. El lugar en el que perderme y fundirme y ser lo que me dé la gana de ser. Barcelona es el teatro, la música, la mezcla, el descaro, las compras imposibles... Cualquier recuerdo de Barcelona es grato y todas sus imágenes, mis más dulces enseñanzas. Solo necesito cerrar los ojos un segundo para que miles de ellas broten como amapolas y me hagan sentir bien.
Recorremos Las Ramblas, es agosto. Una mujer de indeterminada edad descansa sobre una manta en el suelo. Tiene el pelo rubio, a pesar de las canas, atado en dos trenzas a los lados del pecho. Sus ojos son diminutos, su piel muy morena. Por atuendo, una colorida bata y unas alpargatas que me recuerdan a los extras de las pelis del oeste, del Hollywood de Charlon Heston. La mujer da de comer a sus gatos, una decena de gatos que descansan a su alrededor, por sus muslos, en los hombros,... los alimenta con buen pienso, en unos comederos limpios y nuevos. La verdad es que sí, tanta gatuna opulencia choca con el resto del paisaje. A sus pies ha colocado un plato que semivacío cumple la finalidad de invitarte a dejar una moneda. Me detengo ante ellos, mujer, plato y gatos, les sonrío. Me arrepiento del primer impulso y me marcho a por el segundo, que sí debe ser cumplido. Cruzo la calle en dirección a esa tetería que hay en uno de los callejones, frente al museo de cera, la del rincón de las hadas. Pido dos cafés con leche y dos tartaletas de requesón y arándanos que podrían catalogarse dentro del tipo "orgasmos culinario". Vuelvo hasta la manta y me siento sin mediar palabra. Comienzo a comer mi parte del botín sin decir más. Ella me imita, coge su parte y disfruta, como si yo no existiera, mientras canturrea una canción que me suena, aunque no termino de reconocerla. No es necesario hablar, ni dar o recibir gracias, somos amigas y punto. ¿Qué es muy pronto para decir eso? ¡No por dios!, ni estoy peor que la mujer, no empecemos con los juicios: mi india de Las Ramblas me permitió compartir con ella lo más sagrado de sus posesiones, su territorio y las caricias de sus gatos. Cuando minutos después abandoné la manta, sentí que dejaba tras de mí un universo diferente, que había viajado a un lugar especial, libre de ruidos y miedos. Dejé diez euros en el platillo en concepto de pago del billete de transporte y me fui, por qué no decirlo, con una lagrimita en el ojo. Había aprendido cosas nuevas acerca de mí que me agradaban. Aunque sabía que el momento se transformaría en una de mis fotos imborrables, quise escribir, sentí el impulso de escribir eso y más. Le compré un cuadernillo de madera y caña a un mal llamado hippie, me encaramé a uno de los bancos e inicié mi propio diario de viajes. En ese momento reconocí la canción http://www.youtube.com/watch?v=yQnNY8zMihs&feature=related
Gracias por haber realizado este viaje conmigo. En espera de que desee repetir experiencia con esta compañía, y deseando para usted una grata jornada, me despido de la única forma posible: con un abrazo (de los que incluyen manos alrededor del cuello, que los que rodean cintura y reposan cabeza, prefiero reservarlos para el amor). Feliz viaje.
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