Desconozco si este tema lo hemos compartido ya, pero lo haremos hoy de todas maneras, pues la magia de esto, los sentimientos, también consiste en renovarse y reaparecer, transformados, una y otra vez, como el mismito virus de la gripe. Y sonará muy personal lo que escribo, soy consciente de ello, pero es que el punto de vista de este narrador; no puede ser otro en estos instantes, un narrador autobiográfico que también es sabedor de otros que andan en una situacion similar y opta por actuar como testigo.
El dolor es uno de los sentimientos más peligrosos que existe. Es solo la antesala de un proceso bastante difícil de enfrentar. Primero, llega como una bocanada, una sorpresa difícil de asumir, te desconcierta, te paraliza y te retiene. En ese momento, solo queda esperar y no resistirse a cualquier reacción venidera, eso es lo más importante. Fluyen luego los síntomas. El nudo que atenaza tu estómago, la mezcla de peso y vacío, la sensación de que el mundo se detiene y la horrorosa impresión de pérdida. En ese estadio, toda nuestra oscuridad aflora y explota por los aires, como una verdadera lluvia petrolífera, pues sí, por qué no, de valioso oro negro. Con ella brotan otros sentimientos: el de culpa, "¿por qué hice esto?, ¿en qué fallé?, ¿por qué no me di cuenta?, ¿cómo se me ocurrió no dar lo suficiente?, ¿o dar demasiado?, se ha marchado de nuestras vidas sin demostrarle que,... no sé, son tantos como oportunidades y situaciones. Surge cómo no, la rabia, la furia, la incomprensión, las culpas encarnadas en otro, que el otro también decide y sus decisiones, en ese momento, no son vistas como correctas. Más tarde, aún nos queda pasar por la fase de autodefensa y protección, en la que son otros terceros los que cargan nuestras culpas, pues vamos a reconocer en cualquier gesto de afecto ajeno a lo sucedido, señales de alarma en torno a lo vivido y a causa de ello. Y nos cerramos como perfectos bunker, para no experimentar ni sentir. El encierro no nos viene mal, porque abre la posibilidad de autoexplorarnos y conocernos y reconocernos y buscar respuestas y salidas. Solo entonces abandonamos nuestro laberinto emocional, sabedores del paso que podremos dar ahora, preparados, pero además conscientes de que nos volverá a ocurrir, no quedará otra, lo único que sucede, es que en la próxima ocasión seremos un poquito más sabios y estaremos algo más curtidos, por lo que resultará un pelín más sencillo. ¿Tranquiliza?
Uno de los ingredientes imprescindibles en estos momentos son las lágrimas, hay que soltarlas sin miedo ni tapujos, que son limpieza de alma. Si a unos nos da por el encierro, a otros por buscar amigos, los que no comemos, los que comen más de la cuenta, eso ya es cosa de cada cual. Esta vez no tendré tapujos en contaros mi sistema, porque lo necesito. Lo primero que hago es escribir y escribir sin sentido ni norma, dejando que fluya de mí todo lo que sea preciso, sin mirar atrás. Entonces, inevitablemente, rompo a llorar y busco mi salida: el agua. Siempre me he considerado un ave fenix. Lo de gato no me vale, ya tengo agotadas más de siete vidas. He surgido de situaciones dignas de un guión de cine, sin señal externa de haberlo sufrido, pero con memoria interna del proceso. Pues, a pesar de ser pájaro de fuego, en caso de dolor, me sumerjo dentro del agua hasta que mis pulmones no me permitan seguir (últimamente con tanta práctica me estoy planteado meterme en un equipo de agnea). El mar me envuelve y protege, me da la sensación de que viene a despojarme de lo que me rompe y, por otro lado, el océano es un infinto cántaro de lágrimas ¡y más saladas que las mías!
Más tarde toca recomponerse y mimarse, si no lo haces, aquél o aquello que te causó dolor puede poner en tela de juicio tu forma de ser, tus principios y valores. ¡Es lo primero que debe ser evitado! No eres mala, no eres estúpida, no eres torpe, no has actuado como una gilipoyas, no te has dejado vencer, no has sido ni inconsciente ni inmadura, dale la vuelta a todo: has sido tan tú y tan auténtica, tan gratificantemente ingenua y pura, que has sufrido el riesgo del error y el dolor.
Pero el dolor nos hace fuertes, que no tristes, y nos hace listos, que no serios y tiene igual derecho a existir y a darnos lecciones como otro sentimiento cualquiera; solo queda tratarle lo mejor posible, negociar con él algunas condiciones y seguir caminando juntos el tiempo que sea preciso, sin agobiarse, sin detenerse ni adelantarse.
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