domingo, 26 de abril de 2009

NIÑOS INDIGNOS

Caprichos del mar. Nos gusta celebrar que pertenecemos a un gupo, que nos sentimos felices, y entonces nos levantamos "haciendo la ola". Pero ya no resulta tan gracioso cuando la ola es real y te revuelca por la orilla, o es mucho mayor y mueve, zarandea, golpea... el barco en el que viajas de una isla a otra. El salitre salpica las ventanas. El horizonte es de distintos tonos de blanco y azul, solo puedes distinguir en el paisaje que, ese mismo horizonte recto, se torna por unos segundos una pendiente de inclinación a la izquierda... y ahora de inclinación a la derecha,... izquierda... ¡Qué quieres que te diga!, digna de ser analizada geométricamente como un buen señor triángulo rectángulo, con sus hipotenusas y todo. Un grito general de sorpresa. Caras que se tornan entre amarillentas y verduzcas, y la premonición de un viaje movido, no en sí por las olas, sino porque los chavales que te acompañan terminarán echando hasta el menú de su primera comunión (y te acuerdas, jejeje, del que dijo que con cinco viaja cualquiera). En ese momento, cada sobre esfuerzo es un ahorro, así que hablamos, mucho, respiramos, despacio, pensamos, en voz alta. "Si nosotros nos movemos, -comentó mi dulce Isaí- ¿¡cómo será para los que vienen en esos cayucos desde tan lejos, todos juntos, sin agua ni comida?!" En esos instantes, tan luminosos, solo me queda celebrar su comentario, lo que hago, lo que persigo y la recompensa que estoy recibiendo.

Isaí no tiene más que catorce años. Es un niño normal y corriente de un barrio humilde. Viaja conmigo porque hemos participado del XIV Encuentro Regional de la Red de Escuelas Solidarias. Para él y sus cuatro compañeros, supone el primer año, la primera vez, su primer viaje de este tipo. Después de un año de esfuerzos, representan nuestra labor de centro ante otros chicos como ellos, y participan de sus juegos, de los conciertos y las nuevas amistades. En pocas palabras: más de 200 personas hemos comido, cantado, bailado, vivido, ¡no-dormido en un pabellón!... durante 72 incomparables horas. Pero, también, hemos aprendido y nos hemos concienciado de la realidad y de nuestra co-responsabilidad en ella, en lo que sucede. Isaí es la prueba.

Su comentario, presupongo, y creo que con acierto, viene dado por la conferencia que escuchó de manos y voz de Yaye Bayam. Esta maravillosa mujer es la presidenta y fundadora de la Asociacion de Mujeres Víctimas de la Emigración Clandestina, creada en 2006, para evitar que el éxodo masivo de emigrantes y sus terribles consecuencias, se sigan dando. Ella es una senegalesa que sufrió el que su hijo falleciese en el mar, a consecuencia de la hipnosis que, las mafias y la desinformación televisiva traída desde Europa, les hace padecer erróneamente. Desde entonces se dedica, a costa de poner en peligro su vida, a denunciar las posibles salidas de emigrantes por mar y a quiénes las están organizando. Teniendo presente que una de estas salidas puede suponer para un mafioso un beneficio de 150.000 euros jugosos, no es de extrañar que su cuello tenga un alto precio, pero ella no pierde nada, ya perdió a su hijo, ahora lo único que le resta es ganar vidas para evitar que otros pasen por ese trance. Ella me recuerda, nos recuerda para qué estamos aquí, en qué consiste nuestra misión y nuestro trabajo: te enseñaré lo que sé y lo que he vivido, para poder aliviar tu camino. Y grava en mi mente y mi corazón: solo el amor es infinito.

Yaye Bayan vive en un pueblo en el que, estadísticamente, podemos contar un muerto de mar por cada 30 metros de superficie. Los han perdido a centenares. Pero, si los muertos descansan bajo la espuma, los vivos no saben cómo vivir. En su sociedad, pueblo de marinos, las mujeres dejan de ir a pescar. Ya no se acercan al mar, huyen de él porque las olas dibujan el rostro suplicante de sus hijos y el salitre se transforma en lágrimas de sus almas. Por eso, se alejan de la tumba azul, y pierden su medio de subsitencia, por eso su sociedad las rechaza y las considera indignas. Los niños huérfanos del pueblo, los hijos de los fantasmas del agua, no van al colegio porque no tienen padre que lo costee, no van calzados, ni bien vestidos, no son alimentados como es debido, no son aceptados; solo el que tiene alguien en Europa que manda dinero es bien mirado. A sus padres se los tragó el mar, ellos son niños indignos. Niños indignos con una sola y única posibilidad de salir adelante, una meta: crecer, crecer rápido, contra el tiempo y natura, para poder pedir un préstamo que endeude a su familia y meterse en uno de esos cayucos de la muerte para intentar acceder a la Europa prometida y recuperar la dignidad o perder la vida.

Para y por ellos trabaja Yaye, para intentar darles otra alternativa, una formación y un trabajo. Nosotros, desde nuestras pequeñas posibilidades y nuestro discreto proyecto, la ayudaremos y nos estaremos ayudando.

Participo de la responsabilidad de esas muertes y de su pobreza, pertenezco a la sociedad que se nutre de ellos y de su materia. Es mi deber devolverles parte de lo robado sin piedad, ellos me lo pagarán bien: retornándome la conciencia, ayudándome en mi labor docente, permitiendo que mis chicos accedan al mundo, convirtiéndose, poco a poco, en hombres de futuro, con juicio propio y capacidad de compromiso para los suyos y los no tan suyos.

En esos instantes de olas y atisbos de mareos, seguimos pensando y hablando. Mi cabeza puso en movimiento sus engranajes: niños indignos, buen título para un post, fue un primer pensamiento. Los que no llegan... ¿dónde estarán? fue el que le siguió.

¿Dónde se esconde todo lo que partió sin llegar: dónde los besos, los proyectos, las palabras,...? ¿Existe una especie de limbo para todo aquello que no logró su meta? ¿conviven allí mis besos con esos pobres hombres que contemplan ahora con mayor dolor su fracaso? ¿qué será de toda esa fuerza, de esa energía, de los sentimientos truncados? ¿son el mar, son su furia, son mis fantasmas de espuma? Y suspiro...
Lo más curioso de todo esto es que yo puedo cambiar el mundo. Puedo, poniendo en marcha el primer eslabón de la cadena y contando con que otros me seguirán. Un día, puse en marcha un juego de abrazos en mi trabajo. Di los dos primeros y pedí que se continuase. Dos días después, seguían recibiéndose dichos abrazos, para mi sorpresa. Piensa; solo tienes que contribuir con una semilla a la espera de que dé frutos y crezca. Ten por seguro que lo hará. Y no, no te arrugues de forma escéptica y oscura, ni tan siquiera a ti te pega esa reacción. Mejor plantéate: ¿estoy viviendo lo que quiero vivir? ¿cuál es mi papel en la vida? ¿cómo contribuiré en esta historia de hombres, en mi propia historia? ¿cuál es mi legado, cómo dejare huella ? ¿cuál es mi herencia?¿qué es lo que de verdad quiero dejar a los míos y a los que vendrán?

¡Santo cielo!, ¡qué claras tengo las cosas a este respecto!: amor, dar amor, creer en el amor, tansmitir que el amor no tiene límites, es lo único que puedo dar a todos sin quitar a nadie. Puedo dedicarme a dar de ese amor que conoce cientos de miles de sinónimos y se puede llevar a todos los terrenos de la vida. ¡Gracias!, gracias por permitírmelo, por recordármelo, por hacerme de nuevo consciente de que, en mi pequeño mundo, no puede existir otra lección de vida. Y que queden como indignos solo aquéllos que leyendo este mensaje permanecen impasibles ante cualquiera de sus mensajes.

1 comentario:

  1. holaaa!!!!Hace unos meses en la cede de Caja Canarias hubo una exposición sobre los cayucos,la verdad que una imagen vale más que mil palabras.

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