domingo, 29 de marzo de 2009

SSSSSSSILENCIO


Existe un gran número de silencios:

Los silencios corteses, los silencios rabiosos, los silencios exigidos, los silencios cuerdos, los que dicen más de mil palabras, los cómplices,... pero el mayor de todos ellos es el secreto.

El secreto es un silencio profundo que te recorre y llena cada fibra, o neurona, o poro de tu cuerpo. Y cuando hablo de secretos, no me refiero al que deja de serlo en cuanto alguien te revela una confidencia que no querrás repetir a pesar de llevarla escrita en la frente, sino a ese secreto propio, ése que vives calladamente, reprimiendo tu necesidad de gritar, de salir al mundo y decir ¡sí!, ¡yo!

Los mayores secretos han estado relacionados siempre con el corazón; han sido un debate entre la razón y el deseo, el ser o el deber. Es más, casi podría decir que el amor ha sido siempre un inmenso e universal secreto: secretas las fantasías de adolescente, las historias prohibidas. Se torna secreto el primer amor y la primera relación. Y continuamos manteniendo el silencioso secreto de lo que realmente pensamos y sentimos por el compañero de trabajo, el vecino, la expareja, ya sea para bien o para mal.

Estos secretos vienen a dominar nuestras vidas por motivos que debieran ser justos: la conciencia, la moral, el bien y el mal, lo correcto, el respeto, la libertad. Pero no terminan de explicar (secretos, silencio, motivos, o lo que os parezca), por qué nos oprimen, por qué se alimentan de nuestra inquietud, de nuestra desazón, de la duda que nos inestabiliza y el impulso reprimido que no nos permite avanzar. En esos instantes, es lícito plantearse si nuestro secreto no estará atentando contra nuestro respeto, nuestra libertad, nuestra conciencia y derecho a caer en el bien o en el mal.

Sin embargo, ahí queda y ahí sigue, silencioso y denso el secreto de lo que realmente pienso y de lo que siento, de lo que quiero compartir y lo que que quiero hacerte vivir.

viernes, 27 de marzo de 2009

COMO EL TRES POR UNO


¿Verdad que a veces sentimos que nuestro cerebro tiene diferentes planos, que podemos pensar en dos o más cosas a la vez, y a la par estar pensando en que somos conscientes de que pensamos y repensamos? (bueno, vale, al menos las chicas). Los neurólgos, estudiosos y curiosos le encontrarán mil razones y argumentos a tan ingenua afirmación mía. Luego, por otro lado, estarán, para darle otro color al asunto, los que sintonizan un poco más conmigo, aquéllos que hablan de planos de consciencia, subconsciencia y ultraconsciencia; los que sostienen nuestra capacidad de conectar con los que están lejos, los que justifican que podamos adivinar lo que ocurrirá o ver, como si de una película se tratase, lo que ocurrió, y no en nuestra presencia. Ellos entenderían por qué a veces tenemos la sensacion de no estar solos, de ir acompañados por energías que nos sostienen y susurran cosas al oído.

Pero de todos modos, éste no quisiera que fuese mi tema. En lo que me he parado a pensar hoy (¡uf!, ¡mira que da para mucho una cola!) es en cómo también tenemos planos de corazón. Este corazoncito que late tranquilo, parece estar formado por capas de sentimientos que coexisten a la par sin mezclarse. Y así, en este preciso momento, puedo estar sintiendo una nostalgia y una soledad que me inunda de felicidad, de saberme conmigo misma de nuevo, como hacía mucho que no estaba, por andar más ocupada en elementos externos, ocupaciones laborales y males ajenos. Y andar queriendo amar y ser amada, y temer amar y ser amada, y no necesitar de amor ni de ser amada; y ¡ser feliz por ello!...

...Y otra capa del mismo corazón se ilumina y alegra de que a pesar de todo siga brotando la ñoñería que tanto me caracteriza, la que me permite creer en cuentos de hadas y reproducir mi vida como uno de esos guiones entrañables del Hollywood de los cuarenta.

Sin embargo, continuo siendo la loba y el dragón, la fiera con carácter que se enfrentará fríamente a quién toque su manada, sin temblarle el pulso. Y no, no creo que sean facetas de nuestra personalidad, sostengo firmemente que son sentimientos coexistentes que conviene saber llevar y equilibrar.

Ayer contemplé dos escenas singulares que lo demuestran: una pareja joven viajaba en un coche tuneado, pasaron ante mi casa, dando gritos él. De repente, se paran. Intenta sacar, a la fuerza, a la chica del coche. Ella llora y da muestras de asfixia, él se asusta y se preocupa, llama por teléfono a una ambulancia, ella reaccciona con calma, le insulta y le golpea. Él se enfurece, le grita y responde al golpe con un latigazo de su rebeca. En cuestión de segundos, afloraron la violencia, el engaño, la venganza, la culpa, el odio, la desesperación,... que los une en los momentos de guerra. En los de paz, ya brotarán la pasión, la generosidad, las promesas y el chantaje (que en tamaño ensalada de sentimientos no creo que sean sus ingredientes el amor y el diálogo).

Algo parecido ocurrió también con dos amigas entradas en años que discutían en la cola del supermercado a causa de dinero y de una tercera.

No sé, creo que no existe ni bondad ni maldad, más bien circunstancias y cúmulos o planos de sentimientos que rotan y se superponen en nuestros corazones como las clavijas de un viejo reloj de campanario, dando lugar a uno, otro, y otro...

Pero, ¿si pudiéramos controlarlo? ¿Si lográramos manejarlo como también auguran para nuestra mente? ¿No habéis oído eso de que con mayor capacidad podríamos mover objetos y superar los límites de la materia, del tiempo y del espacio? Pues, ¿si llevásemos ese mismo asunto al terreno del corazón y fuésemos capaz de conocernos y reconocernos en profundidad, de saber cómo vamos reaccionar, de dominar nuestros peores impulsos y reconvertirlos, y no temer darnos a conocer tal como somos, y no evitar amar, sin miedo ni condiciones?... ¿a qué niveles llegaríamos? ¿tendría límites nuestra humanidad? Quizá no, quizá sea por aquí por donde debemos buscar el camino de la perfección.

¡Toma improvisación!, menos mal que se me ha terminado la cuerda. T. A.

martes, 24 de marzo de 2009

EN LA OSCURIDAD DE LA NOCHE

Cuando la ciudad duerme, y se levantan los vampiros, y el mal acecha en las esquinas a la espera de que un superhéroe surja de la nada para acabar frustrando las terribles fechorías que habrían terminado con la paz mundial..., a esa hora también estaba yo la noche pasada sentada en el portal de mi escalera.
Había sido un día normal, a pesar de tratarse de un 23 de marzo. Yo no sé cómo pueden tener los chinos al número 23 como número de la suerte, porque a mí me sigue el jodío, y mal: 23 años tenía cuando un 23 de febrero comencé a salir con un jugador de baloncesto que lucía el 23 en su camiseta y que me dio 23 razones para arrepentirme de tal elección. Alrededor del 23 tengo teléfono, DNI, vivienda, y otras muchas cosas convenientes inconvenientes, pero de que el número me sigue, no me cabe duda.
Pues bien, corrían las 10:30 de este 23 de marzo, cuando entraba en casa y me disponían a prepararme una calentita leche con gofio y una ducha, alumbrada solo por la luz de la lámpara del pasillo (detalles importantes para discernir en este caso), cuando al encender la vitrocerámica, la lámpara del pasillo se tornó azul y parpadeante para apagarse y zamparse toda la luz de la casa (sin que saltasen ni plomos ni ná). Jaleo en la escalera, llega la vecina en esos instantes, el otro vecino que sale a preguntar: ¿tienes señal de televisión? No, no tiene, porque depende de mi antena y yo no tengo luz.
Huele a quemado, mucho, pero mucho, mucho. Bajamos olisqueando en busca del olor: se ha achicharrado la caja; los cables han hecho caput. ¡Ostras!, llamada al servicio de urgencias, la finalidad: que nos den el número de averías de urgencia de UNELCO. Una niña muy mona me tiene a la espera y me pasa a los bomberos, éstos, más monos aún, que me interrogan para ver si tienen que intervenir. Humo sale, pero poco; el bombazo, segun mi vecino (que en ese momento veía una peli de terror en la cuatro) ha sido colosal. Pero estiman que ellos no tienen que meter mucho más las narices o la manguera... Yo lo reafirmo. No nos pueden dar el número de UNELCO (lo averiguamos de todos modos), pero sí pasarnos con ellos. Nos costó poco que viniesen, los de UNELCO, entendamos: cinco llamadas y dos horas y media. Mientras, hicimos lo que los bomberos nos recomendaron, ventilar, desenchufar todo y salir de las viviendas. Nos dio por esperar en la escalera y ponernos a jugar con mi perra (su pesadez fue increscendo y nuestra paciencia menguando; yo por lo menos, terminé de la perra hasta las mismas).
Llegan los de UNELCO, miran la situación: bueno, esto se debe a una instalación mala (edificio nuevo), mal inspeccionada (¿no les toca a ellos ese tipo de supervisión?), aquí donde lo ven, estos dos que no han saltado y no se han quemado pueden dar un pepinazo en cualquier momento, pero nosotros no podemos hacer nada, a nosotros nos correponde solo este lado de la caja, esta parte tiene que intervenirla un técnico particular, que mientras no sea un cachanchán (palabras literales del de UNELCO). Pero, ¿esto es seguro?, pregunto yo. Si seguro no es, ni mucho menos, pero nosotros no podemos hacer nada. Si busca un servicio de urgencias...
Y se marcharon. A pesar de mi boca abierta y ojos salientes. Y buscamos el servicio ése, nos costó unas quince llamadas y un par de interrogatorios tipo-marketing, pero no apareció nadie: comunica, está lesionado, no se localiza. Y nosotros con la duda de, si desistir, acostarnos vestidos y abrazados al extintor, jugar una partida de cartas en la escalera o comernos a la perra.
Cogimos cama, con miedo y pesadillas en las que salían los de la peli de terror disfrazados como los de UNELCO y daban mucho miedo; pensando uno en que se levantaría a las seis de la mañana (siendo las cuatro), en la jornada de trabajo el otro, en olor a caucho quemado, yo, que siempre he sido muy tiquismiqui para los olores...
Y nos fuimos a "dormir" para volvernos a levantar, los que quedábamos bajo estos cuatro techos resistentes (no gracias a UNELCO), a las siete de la mañana, con el toque de un chico encantador, al que esta jodida crisis tiene en paro, que resultó un pedazo profesional que miró, analizó, se largó en busca del material, regresó, reparó, previno y encima resultó divertido. ¡Chapó Miguel!
UNELCO..... me conformo con que la próxima vez se impliquen un 0'05% de lo que se interesan a la hora de cobrar, reclamar y cortar.
Bueno, y a perdonarme hoy en los estilos y formas que tengo sueño.

sábado, 21 de marzo de 2009

EN PRIMERA PERSONA

Sin comerlo ni beberlo, me he ido convirtiendo en un personaje de celuloide, en un ser irreal más propio de otro plano o dimensión, como en la peli ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, os acordáis, ¿verdad? Acerca de mi ficticia identidad existen dos versiones, normal, hay quien me conoce de puertas para afuera y quien lo hace de camas para adentro.

Según la primera versión, mi forma de ser y aspecto me acercan a Amelie y así me llaman algunos, le petit Amelie, por mi corte de pelo, mi cara, por mis travesuras y ocurrencias, por hacer de todo una historia improvisada y nada lógica, por no tener una infancia digna de ser recordada, por contar con el más variopinto grupo de amigos y el historial más extraño de amantes.

Para otros soy un poco más como la triste y extravagante chica de cabaret, esa Liza Minelli de flequillo triangular y pestañas gigantescas (últimamente he optado por prescindir de ambos complementos en mi aspecto). Aquella mujer capaz de chillar bajo un puente, provocar otros gritos entre sábanas y rechazar un amor bueno.

Y siento que ambas son verdad, que es cierta la similitud; es más, no existe una canción que me haga sentir tanto como Maybe this time. Con esta canción aprendí a cantar, me gustaba entonarla a capela, llevando poco más que una camiseta, braguitas y calcetines, sintiendo medio desnudo el cuerpo y totalmente desnuda el alma. Corrijo; ¡me gusta aún! Con ella saco mi fuerza y mi esencia, la potencia de mi voz. Me encaramo a lo que sea: el sofá, la mesa,... y giro lenta, fuerte y suave, disfrutando de su historia, sabiendo que es mi propia historia, que todo el mundo tiene quien lo ame, pero que también es mi tiempo, por fin me ha llegado el tiempo de empezar y de ser una ganadora. Y lloro, es cierto, y me pica la garganta, y tiemblo, mas celebro todo ello porque no existe nada que me limpie y me refuerce tanto como esa canción.

Y aunque fuese cierto que, como a estas chicas, nadie puede amarme de verdad, porque nadie termina por concebir que yo sea cierta, que soy tal y como se ve, que no es tan difícil de comprender que sueños y pasiones forman parte de mi vida, de mi dieta y de mi esencia, dejo de sentirme sola, porque realmente nunca lo estoy, estoy conmigo y no dejo de perder la esperanza de que, si Amelie y Sally existen, fueron creadas por sus respectivos guionista, directores,... es porque por ahí nos escondemos alguna que otra chica más, o que esos hombres quisieron imaginarnos, por lo tanto hay quien nos espera, a mí, a ellas, a nosotras tal como somos.

Ahora solo quiero mandaros algo, un beso,un cálido, lento y dulce beso, de los que se pegan a los labios, el cuello y el pecho, dejando marca y perfume. Con gesto tan chulo me despido, solo por hoy. Sed felices.

jueves, 5 de marzo de 2009

LA VIDA ES ASÍ


¿Recordáis la serie? Ésa de unos machanguitos que lo mismo evolucionaban en la historia, que se convertían en glóbulos rojos y blancos, y tenían siempre a un sabio con barbas blancas hasta el suelo que debajo llevaba ropa con bolsillos. La vida es así, llena de luz, llena de color... (lástima que no sepa insertar el símbolo de las notas musicales, porque cantar, no os canto, solo soy sirena de marinos). http://www.youtube.com/watch?v=xTlOoLuEjIM

La canción es chula, y el mensaje cierto. Merece la pena salir a la vida. La vida encanta, te encanta, me encanta: la autopista se llena de amapolas; una mujer entrada en años, rubia, vestida con faldas. Vestido, abrigo y pañuelos, todo en tonos crudos y tejidos ligeros, pasa ante mí con andares suaves y flotantes (siento que he descubierto de qué manera viste un hada durante el invierno); un escocés, al que delata su falda, su barba cuidada y su sombrero con pluma, coge el tranvía con su esposa del brazo (lo es porque la mira con el amor de química caduca, asentados en experiencias mutuas); el cielo es azul, las cumbres continuan nevadas y ante la expresión ¡qué frío!, acude alguien para frotarte los hombros. Un padre juega paciente con la muñeca de su niña, que, de repente, sufre un ataque de hambre imaginario en medio del parque, él aprovecha para convencer a la niña de que la muñeca comerá mejor si ve cómo ella también se come su compota,...

Mi vida es así, sin necesidad de grandes cosas; la vida es así, nos llenan los detalles, propios, ajenos y anónimos.

Solo una breve nota, para que podáis ir a por la vida, venga, vamos, todo el mudo fuera de los ordenadores, y va sobre todo por ti, mi Buck. Muchos besos que os love you.

martes, 3 de marzo de 2009

ALERTA CON LAS SUPERSTICIONES


Hasta hoy he acariciado gatos negros y he pasado bajo las escaleras, me encanta el número trece y abro los paraguas bajo techo. Digamos que me ha gustado llevar la contraria a la creencia popular y eso me ha costado muy caro.


Hace unos días me levanté dándole vueltas a la cabeza, comencé el día reflexionando acerca de lo tonto que resulta lo de levantarse con el pie izquierdo porque, ¿y si fuera zurda?, no sería mi "buena pata"; con esos pensamientos decidí que ese día sería el primer pie que posase en tierra.


No sintiéndome del todo bien (sin echarle la culpa más que al frío y a los carnavales) decidí que sería bueno que me viese un médico, y me metí en la ducha. En plena caída cálida de agua, me tocan a la puerta, mi perro que entona la mejor de las arias de Verdi, y yo que me veo obligada a embolsarme en un albornoz y abrir. Es el cartero, trae una carta certificada. Dicha cartita me reclama por milésima vez una cuestión contestada a favor, con resolución y todo, desde el 2005. Está claro, no me queda otra que rescatar los documentos y volver a entregarlos. Todos los que odiáis como yo la burrocracia, sabréis lo que eso me supondría. Sin vestirme aún, pelos y cuerpo chorreando, me subo en una silla de las plegables para rescatar los documentos que se almacenan en el altillo del armario, detrás de las cosas de navidad; que mucho rollo del feng-shui con eso de que los documentos se guardan en las alturas, pero a mí me costó, por evitar caerme (lo esperábais), cargarme el Papanöel, de material indefinido y lucecitas que suelo colgar de alguna puerta. Vestida, ¡seca!, papeles en mano y bolsa de basura en la otra, que había que rentabilizar la salida, salgo en pro de mi causa burrocrática. El perro decide colarse en el viaje y yo no lo evité. Cuidadosamente, pongo los papeles sobre el parabrisas del coche y voy a tirar la basura. Las llaves del coche se encanchan a una de las asas de la bolsa y caen en el profundo contenedor. Los empleados de la agencia que están pegaditos, son tan amables de prestarme un escobillón y una silla. A pesar de que quise resolver el asunto de la manera más disimulada posible, pues al lado tengo una obra en construcción llenitita de obreros, no me queda otra: toda yo misma pa dentro del contenedor, y risitas, y otra vez para la ducha (no, no olvidé subir los papeles). Vuelta a la calle. Llegados a la oficina, el típico gracioso que coquetea con sus compañeras y poco caso te hace, me tiene entre llamadas y qué sé yo, media hora: se ve la luz,... y se estropea su ordenador. Otra luz en el horizonte, pero me toca ir a otro sitio para conseguir un sellito y regresar. Mi perra está hasta las mismas del lugar y de unos gemelos que la acosan.


Misión cumplida, fase dos: el plan original consistía en visitar al médico. Se cumple. Te sientas en la consulta y, ¡oh, desgracias del destino!, que entra la tía Chari, ésa que no ves, gracias a Dios, desde hace ocho años. La mujer tarda menos de cinco minutos en preguntar qué hago, cuánto cobro, dónde vivo, por qué me gasto estas pintas, si me caso o no, si me decido a tener hijos, si mi madre no opina acerca de tan poco fundamento. Entro en consulta con dolor de cabeza añadido, y de alma, y de autoestima, que debe quedar cerca de la barriga. El médico me diagnostica otitis, laringitis y una ligera bronquitis, vamos, pito y tos de perro en pos de maduración; prohibe viajes, piscinas, chiringuitos y carnavales.


¡Ya vale, no! pues no, de camino de vuelta me llama mi madre, la tarta de cumpleaños de mi padre. Voy a por ella, sin contratiempos, pero con la sensación de olvidar algo, ¿qué olvido?... Salta la luz roja de la gasolina: ¡era eso! Con el agobio que ello me suele causar, un par de kilómetros después entro en la gasolinera.... ¡me dejé atrás la cartera!


Qué quieres que te diga... ahora cuido de levantarme con el pie derecho.