martes, 14 de abril de 2009

ROBOS CON-SENTIDOS


¿Os habéis dado cuenta cómo este rollo de la crisis da para mucho y hay quien sabe aprovecharse del momento? Por ejemplo, ¡y pobrecito de él!, este actor presentador tan mono, que se parece al de los yogures bio Danone y que presentó un tiempo con María Teresa Campos,... ése anda publicitando una empresa de video-alarmas, porque, claro, en los tiempos que corren, el riesgo de delincuencia y peligro crece, crece y crece. Es decir, compra porque te aconojo. Luego están los que se lo toman con humor, y salen en el telediario y todo, que, como diría mi abuelo (bueno, mi abuelo, la verdad que no), "ya no es lo que era". Pues ésos, y no me lío más, se dedican a ponerle anuncios a los ladrones del tipo: en esta casa tenemos el dinero justo, ni joyas ni objetos de valor, si de todos modos decidieran entrar, háganlo pacíficamente y sin dañarnos que garantizamos no llamar a la policía hasta que hayan transcurrido quince minutos desde su ida.


Entiendo que le demos valor a las cosas, sobre todo cuando dejan de serlo y simbolizan amor y esfuerzo. Pero existen otros valores que vienen de la misma mano y nadie nos podrá arrebatar jamás. Aquél impulso que me llevó a lograr lo que hoy tengo, el momento que propició aquél otro, eso seguirá siendo nuestro para siempre.


Sin embargo, y aunque parezca mentira, existen, por el contrario, las cosillas que uno está deseando que le roben. ¿Cómo?¿qué no me crees? dame un segundo y lo comprobarás. Por lo pronto a mí, y creo que no soy la única, ¡¡me encanta que me roben el corazón!!, que me roben el protagonismo (sobre todo en las fiestas y encuentros familiares), y no fue desagradable el que me robasen el virgo, aunque me acompañe astrológicamente hasta el fin de mis días. No me ha disgustado que me robasen un cuadro en mi lugar de trabajo, más que nada, porque lo había pintado yo, representaba a uno de mis ángeles y, a parte del valor que puede haberle concedido el ladrón, no dudo de que llenará de luz el lugar al que fuese a parar.


¿Y qué creíais? ¿qué no me gusta robar? Pues sí, señor, aciertan los que responden con un sí. ¡Adoro robarles las camisetas! A ellos... y cuánto más grandes sean, mejor. Que te vistan hasta las rodillas, largas y cómodas, porque decides no llevar nada más, que huelan como él huele. Me gusta. Me sabe mejor la comida robada, las tortillas que hacía mi madre cuando yo era pequeña. Me agazapaba detrás de la puerta, a la espera de que ella se fuese a la azotea, para robar el pedazo de tortilla recién hecha, caliente, que deshacía en mis manos,... porque eso sí, había que comérselas entre los dedos. Me gusta el chocolate robado de la despensa de la abuela, de la casa de mi hermana (casi tanto como el que medio fundido te traen a la cama). Ni mucho menos me disgusta mordisquerar y robar los codos del pan camino de casa, sea de quien sea.

Y da por hecho que me siento llamada a robarte la razón, el sentido y el aliento, si te dejas, para complacerme ante la visión de que disfrutas con ello. Robos con-sentidos, sin más.

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