sábado, 30 de mayo de 2009

ALFIE


Se adivina el final de la película cuando arroja las flores al agua desde un puente de Manhatan. Luego, un primer plano que recuerda al monólogo con el que Puck termina Sueño de una noche de verano. Y es que Alfie no deja de ser un duende: "¿Y qué tengo?-se pregunta mirándonos fijamente desde el otro lado de la pantalla- en serio, unas monedas en el bolsillo, unos cuantos trajes caros, un coche elegante a mi disposición y estoy soltero, sin ataduras, no dependo de nadie ni nadie depende de mí. Mi vida es solo mía, pero no tengo la conciencia tranquila, y si no tienes eso, no tienes nada. Así, que no puedo dejar de preguntarme cuál es la respuesta, qué sentido tiene todo... ¿sabéis lo que digo?" Y se aleja puente a través, en una imagen que se va fundiendo, que lo va convirtiendo en un diminuto muñeco en la noche newyorkina, y salta la canción, la banda sonora, una fabulosa banda sonora que os prometo encontrar y adjuntar, y nos deja así, me deja así, revuelta, emocionada, con esa pregunta en el aire, en los labios, en los ojos humedecidos por lágrimas de las suavecitas, de las que permiten ver y respirar.


Alfie te toca el corazón, es un ser entrañable al que resulta imposible odiar aunque te dé mil razones para hacerlo, porque, al fin y al cabo, ha sido auténtico. Cuando entras en su vida, sabes que es para jugar, para vivir y disfrutar, no tendrá ningún otro sentido, porque él no se lo ha encontrado y no puede compartir lo que no tiene. Es franco y sincero, es transparente y se deja agasajar, en sus brazos eres la diosa Afrodita, con o sin grietas en el costado, pero sin dejar nunca de ser una hermosa escultura de mármol.


Son tantas las cosas que le suceden que no parece del todo raro que sienta su conciencia intranquila, pero siendo él, yo la tendría. Nunca hizo falsas promesas, nunca las engañó usando palabras de amor o garantizando que eran las únicas mujeres de su vida, ¿y quién dice que no amó? ¿qué amo lo que cada una tenía de autenticidad? ¿y quién dice que no sintió amor por su amigo, por el viejo? ¿quién puede llegar a afirmar que no aprendió de sus errores?


Posiblemente, cuando me lo tropiece uno de estos días en una esquina de la Quinta Avenida, le aconseje a Alfie que siga esa línea, la de comunicar sus pensamientos y sentimientos, solo eso basta para tener la conciencia tranquila, y que, cuando lo comunique, no deje ni por un segundo, de escucharse para, poco a poco, encontrar sentido a todo eso que se pregunta y se cuestiona, bastará con que entienda el 90% de sus acciones dentro de unos 50 años.


Alfies debe haber más de uno, creo que todos guardamos un poco de Alfie en nuestros corazones, solo, que somos pocos los que resultamos lo bastante valientes como para, con dos huevos-ovarios, exteriorizarlo. Ayer, uno de esos Alfie llamó a mi puerta. Juraría que hasta físicamente se parecen. Ambos tienen mucho estilo y son guapos, pero mi Alfie particular lleva mejor el pelo. Para que digan que no existe un universo protector ni seres que te cuidan, a mi Alfie me lo mandó el cielo en el momento justo. Vino para ayudarme sin saberlo (solo quisiera apuntarle a ese cielo tan mono que, la próxima vez me mande sus paquetes regalo un poco antes de la madrugada, que era viernes y me había levantado a las seis). Durante gran parte de la conversación, no hablamos de mí, sino de él; y no en tono lastimero, que los lloricas a este chico no le gustan. Se enfocaba desde el orgullo sano, la fortaleza y hasta la disculpa, pero sus palabras se me iban clavando, una a una, en cada uno de esos discos duros que tengo por cabeza. Escuchaba, asimilaba, absorvía, limpiaba y agradecía. Puso en su boca mensajes que alguna vez dediqué yo a otros sin hacerlos propios:

Lucho por ser coherente en mi vida, pero no me ha venido de serie, es fruto de las experiencias y las relaciones que he tenido, soy lo que otros despertaron en mí, así que no debo ser tan duro... Bien es cierto que a veces dudo de si lo que estoy haciendo es correcto, a veces mantenerse en tus trece, hace daño a persona a las que aprecias, pero te paras a pensar que puede que se limita a que son dos personas en momentos diferentes de sus vidas, y si bien no está recibiendo de modo adecuado la lección que ofreces, vendrá un tiempo en el que sabrá apreciarla, pero tú no puedes negarte, ni deshacer el camino aprendido. El corazón no engaña, ni tampoco esa voz interior que grita profundo. Las verdades no se niegan, y las palabras se entienden siempre, lo que ocurre es que existen esas personas que las filtran, las adaptan y disfrazan por interés, por miedo o porque de manera innata ya nacieron con el poder de la manipulación. Imagino que por mucho que midamos a la gente, a veces nos encontramos con personas que saben enmascararse y nos dan una confianza, y bajamos la guardia. Ellos, esa confianza, la utilizan para aprovecharse de uno, duele porque en realidad yo no querría estar en guardia, si estás ofreciendo claridad y franqueza, ¿por qué no recibir lo que estás ofreciendo? En el fondo, todos los que viven como trepas o como hipócritas o como cobardes que no son capaces de mirarse bien al espejo, no se van a dormir tranquilos por las noches. Buscan constantemente cambios de aspecto, qué tal si me dejo barba, me corto el pelo, cambio el estilo de mi ropa, pierdo unos kilos o me decanto por algún deporte de gimnasio, buscan cambiar la fachada por no atreverse a decir, qué putada, no me gusta lo que soy y lo que vivo. Y que conste que no me considero mejor que nadie; yo no mido a la gente por mí, solo miro si merecen estar en mi vida porque sus virtudes (las que yo considero virtudes) están por encima de su defectos. Es tan claro como todo esto, no merece la pena comerse más el coco.


Casi, casi, al pie de la letra sus palabras. Suelo escuchar con atención y sé retener bien los mensajes. En algo coincidimos él y yo (coincidimos en muchas cosas): soy fruto de las experiencias y personas que han pasado por mi vida, de aquéllos en quienes me gusta reconocerme y de todos los que aprendo. Muchas veces, cuando hablo, da la senación de que escuchas a un sabio, a una persona que todo lo sabe y está muy segura de sí misma. Lo que ocurre, es que una vez has recibido tu lección de alguien sabio de veras, y asimilas esa verdad y esa enseñanza como tuya, puedes practicarla y transmirtirla con convicción. Soy lo que he aprendido de los demás, me he pasado la vida escuchando y recogiendo, por eso sé que mi apartado de PERSONAJES puede tornarse infinito... ¡qué alegría! Os podría nombrar cientos de pesonas sin exagerar, aun a riesgo de dejarme nuchos en el tintero, quiero cerrar, porque éste sigue siendo mi blog y me da la gana, ¡ele!, dando gracias a los que hoy vienen a mi corazón, gracias a mis guías: Josean, Raúl, Ana, Norber, Carmelo, Pili, Cristina, Omaira, Gloria, Tó, Mario, Luis, Elena, Malela, Tomás, Renate.

jueves, 28 de mayo de 2009

SINTIÉNDOME AMANDA


En una ocasión me miró con amor y nunca he podido olvidar ese instante. Estábamos en el sofá de su casa, haciendo tiempo, a la espera del resto del equipo de baloncesto; lo típico: quién llevaría coche, quién soportaría los chistes horrorosos de Ruimán, quién sería el último en llegar esta vez... Nosotros estábamos listos. Él había aprendido conmigo a ser puntual, yo a secarme con detalle, entre los dedos de los pies al salir de la ducha, a meterle queso y zanahoria rayada a las tortillas, a llevar la estadística de un partido de baloncesto o que se pueden meter triples midiendo un metro sesenta. Esa tarde yo estaba sentada sobre sus rodillas, hablábamos no recuerdo de qué, teníamos la tele encendida, pero tampoco sabría decir que estaban poniendo, solo puedo recordar que César me contemplaba como si yo fuera el ser más fabuloso del mundo. No llevávabamos precisamente seis meses, esos primeros meses mejor ni recordarlos por su dureza, cargábamos dos o tres años de relación a nuestras espaldas, quizá más. Ya no teníamos que escuchar de todos los que nos rodeaban "separaos de una vez, por dios, dejad los arrumacos que me voy a vomitar"; por aquél entonces la pasión y el sexo se reducía a varias veces por semana, pero estaba ahí la magia, el brillo lacrimoso de sus ojos, las caricias suaves y la seguridad de que prestas verdadera atención al otro. El mundo existe y sigue, eso sí, pero todo el universo se detiene para escuchar a tu pareja. Por esa simple reacción y esos valiosísimos segundos le estaré agradecida eternamente, a pesar de todo lo que haya podido pasar después, de lo que nos separó y las oscuras lecciones aprendidas. Pero es que, gracias a él, un día moriré con la convicción de que di y recibí amor, en todas sus facetas y con todos sus pasos.

Cuando todo terminó, la sensación de vacío pudo conmigo mucho tiempo, es natural. Luego, algo más curados, elegimos seguir creciendo cada uno por su lado, y la vida nos reunió de nuevo, con paz, en el momento justo en que nos dábamos cuenta de que ya no podríamos coincidir ni compartir un mismo camino. Pero nos vino bien saber que estábamos ahí para otras cosas, y que estamos. Resulta bonito, y tranquilizador.
No obstante, a mí me embargaría una duda, una duda que nada tenía que ver con él, sino con aquel segundo vivido y aquella forma de ser contemplada. ¿Volvería a ver esa mirada otra vez, en otra oportunidad y otro rostro? Hubiera dado lo que fuera por asegurarme un sí.

Llegaron más hombres a mi vida y de todos aprendí. De nuevo volví a querer a uno, aunque sé a ciencia cierta que él de veras nunca me quiso. La mirada no brotó. Aquella historia no se vivió con la misma intensidad ni eran iguales las circunstancias. Otro momento y otra lección. De los demás, salvo en uno solo de los casos, pues como diría Machado, di lo que ellos me pidieron y viví, aprendí, saqué conclusiones, y hasta llegué a clasificar a esa extraña especie que convive con nosotras, segun sus características, alfabeto y rangos. Nunca regresó la dulce, limpia y mágica mirada. Salvo una noche y durante cinco segundos en que alguien abrió su alma y bajo la guardia.

Salíamos de una bodega unos cuantos camino de nuestros coches. Sí, estaba en condiciones de conducir, la prueba de ello, el camión fantasma que supimos evitar otro coche y yo, cuando el extraño personaje digno de una peli de terror, nos embistió en una autopista desierta por la madrugada. Incluyo esta apostilla, pues si mi razón estaba en condiciones de llevar un coche, tengan por seguro que también lo estaba para distinguir la mentira de la verdad, lo seguro frente a la presunción o la suposición. Esa noche, él se detuvo a cerrar la reja del garaje, durante dos segundos me miró de aquella manera y se juntaron un momento nuestras manos. De nuevo sentí la gratitud de recibir el mejor de los regalos, a la vez que me invadía el miedo.

Ahora, mientras escribo, no creo siquiera que fuese mi miedo. Resulto ser una persona caprichosa e inconstante. Pocos son los que de verdad me conocen, simplemente porque no me da la gana de pasar más allá del escaparate y de que la gente contemple mi verdadera forma de ser. ¡Ni por tener que volver a contar todas las historias y circunstancias que he rodado! Si yo fuera como él, ante alguien como yo, sentiría miedo. Él es un cúmulo de virtudes físicas y personales, un gran hombre en muchísimos sentidos, como profesional, como amigo, como padre,... Es un hombre curtido e inteligente que ha sabido superar cualquier reto que le pusiera la vida, y algunos no han sido fáciles, pero, desde mi humilde opinión, no está viviendo la vida que quiere vivir. Hay cosas que faltan, cosas que están al alcance de su mano, alguna de ellas estaba claro que yo se las podía ofrecer, eso debe causar este horrible miedo. Dar un paso hacia mí, sin tener que quedarse conmigo, en mí o mi lado, es correr el riesgo de precipitarse en un abismo. ¿Creéis que no soy consciente de ello? Soy un ser en búsqueda, tengo claro lo que quiero y cuáles son mis ideales en muchos aspectos y no cesaré en mi búsqueda hasta que dé con ellos. Porque yo no persigo utopías ni la perfección, eso no existe, busco lo que es perfecto para mí, y es no solo es posible sino preciso. Luego frenaré, mientras, entraré y saldré de sitios, vidas, trabajos y camas. Aprendo de la vida, de los libros y de los seres. Necesito de diferentes libros, vidas y seres.

De él he aprendido mucho, y me siento bien a su lado. Evocarlo es despertar una bonita sonrisa, a pesar de todo. En muchas ocasiones, he sentido que me inestabiliza, pone en duda mi naturaleza y mis pensamientos, me hace enfadar y desear pegarle dos gritos. En ocasiones, me puede el que niegue lo evidente, porque creo en mi intuición y creo que el tiempo de la magia estuvo ahí.

Es por ello que escribo y limpio, no puedo avanzar cuando se me remueven los esquemas, como si fuese un puente colgante entre dos barrancos y tuviera que venir un Indiana Jones a estirarme su brazo en el último segundo. Yo tengo que respirar y percibir y sentir y pensar y lo reconozco: sé que sintió y sé que sentí, y por ello estoy una vez más en deuda eterna, a pesar de que la figura de Amanda haya brotado hoy en mi corazón, a pesar de que perciba ira, decepción, dolor y el único sentimiento que me incomode a mí sea la desazón ante la incapacidad de sentirme mal . Y me pregunto ¿tiene que ver con la sensación de estar en posesión de la verdad? ¿o de vivir inmerso en una locura estable? ¿y qué hay de malo en reconocer un sentimiento o un defecto o una debilidad? De nuevo, muchas preguntas que no sé para donde irán, a un mayor conocimiento de mí y de los demás, o eso espero y deseo. De todas formas, algo sí que me queda claro, algo que ya sabía y reconocía: tu sentir te pertenece, nada ni nadie puede condicionarlo. Podrán sentir por uno odio, indiferencia, repulsión, desconcierto, envidia, o cuántos sentimientos negativos existan y que, gracias a dios, no les sé poner nombre, ni me vienen a la cabeza a pesar del mucho esfuerzo, pero no serás tu quien tenga que compartirlo o reroducirlos. Sigo sintiendo, no solo por él, admiración, respeto, cariño , simpatía, deseos de reír, besar y abrazar, y espero que estos sentimientos tan positivos se dediquen a revolotear a su alrededor, como confeti brillante y musical, y deseo que un día, cuando esté en otro momento y otra sintonía, los reciba, los aspire y le sirvan para mejorar su momento.

No soy Jesucristo, es más no querría serlo nunca, a pesar de considerarlo un gran maestro y guía, también lo considero en muchas cosas un pringado inimitable y excesivamente sacrificado, pero me viene a la memoria y al corazón en este momento, porque sé que en algun momento, él fue y sintió, se comportó como Judas, que no es éste el caso, la verdad. Lo mejor de este tipo es que aún siguió amando y creyendo en San Pedro, aunque lo negase hasta tres veces.

miércoles, 27 de mayo de 2009

PERSONAJES III



Don Aníbal

La generosidad tiene un curioso sentido del humor, hay veces que adopta los disfraces más extraños. Esta mañana, cuando entró en el despacho no me llamó la atención. Tardé unos segundos en reaccionar y reconocerlo: era ese hombre que había estado ayer y al que ayudé a encontrar a quién buscaba y lo que buscaba; no hice mucho más, tampoco podía, mi cabeza andaba envuelta en resolver de una discusión de amigas, muy poco amistosa que, por lo pronto, ya había estallado en llantos y gritos. Unos minutos después, cuando yo estaba a la espera de que devolviesen mi espacio, ocupado por temas ajenos y él a la espera de mi compañera, surgió el tema. Había traído pescado del puerto de Santa Cruz, un sitio que en un tiempo fue su centro de trabajo y, ahora, con tantos abatares, se transformaba en un lugar de distracción y contactos. El pescado era un regalo para las chicas que también lo habían atendido el día anterior. No tenía obligación de darnos nada, sin embargo, nosotras estábamos en la obligación de aceptar su generosidad. En un primer momento, pensé que era una cuestión de orgullo, de compensación. Tú, que me ayudas a conseguir un dinero y unas facilidades para mi familia, recibe de mí y de corazón lo que pueda ofrecerte. Creí que le hacíamos un bien sintiéndonos alagadas y reconocidas y se aceptó el objeto, corrigiendo, el alimento.



No obstante, no fue el último de los regalos que nos hiciera esa mañana. -"Buenos días de nuevo",- así recuerdo que empezó todo- "perdóneme que me ponga estas otras gafas de sol, pero es que no veo, tengo problemas de retina y hasta dos prótesis por caderas, ya no soy lo que era". Lo que fue lo desconozco. Lo que estaba viendo hoy, era un hombre de unos cincuenta y tantos largos, pelo oscuro, muy bien conservado, delgado, pero fuerte, moreno, vestido con sencillez, mas con mucho esmero, perfumado y suave, dulce y sureño en el hablar. Su conversación prosiguió con la exposición de lo que pensaba acerca del tema de la emigración, su ley, su burocracia y ayudas; mal tema para sacar en mi presencia.... Atendí, escuché e intenté averiguar y respetar las razones que no acababa de aceptar. Sin que pasara mucho tiempo, la charla, con grandes matices de monólogo, regresó a los puertos de mar. Don Aníbal, así decido bautizarlo en honor a un amante de ésos que tuve, de los que me duran exactamente dos días, me causan terribles remordimientos de conciencia y del que solo puedo recordar ya, que trabaja en las aduanas del puerto,... Pues mi don Aníbal comenzó a relatarme su historia de barcos, de comidas rumanas, de sus años juveniles y correrías a los veintipocos. Me detalló el mucho dinero que ganó y el cómo lo gastó. "-¡Auténticas fortunas!, lo que hoy serían millones. Y tenía casi tanto dinero como amigos. Todas las noches tenía quien se viniera conmigo al Puerto de la Cruz a beber y disfrutar, y ligar con las alemanas y las noruegas. Yo no bebía por necesidad, sino porque mi enorme inseguridad y timidez me obligaba, pero cada vez me acostumbraba más y más al alcohol y necesitaba beber más y más. En aquellos días no supe ahorrar, gasté todo lo que gané. Compré cosas caras y creí estar viviendo bien. Qué pedazo de patraña. La vida hay que vivirla, pero con cabeza y moderación. Luego no supe transmitirle todo esto a mi hija, que siguió los mismos pasos, o peores, metida con tantos hombres y en la droga. Enfermedades y accidentes me han dejado inútil, con una paga y sin nada que poder ofrecer".



Singulares palabras, "sin nada que ofrecer"... Me estaba regalando su vida, y no de forma inconsciente, ¡qué va!, a posta, por cariño a una extraña, y ¡aún me decía que no tenía que ofrecer! Sus palabras fueron: "No quiero que nadie cometa mis errores, sobre todo las chicas, chicas como tú que necesitan de la vida y del amor, pero que lo tienen tan difícil, si todo no les va... Enhorabuena por tus estudios y tu trabajo, ahora vive con sensatez y piensa que eres como una princesa (juro que usó esa palabra) que no necesita de nadie, quien te quiera bien, que decida quedarse contigo a tu lado, con fundamento, si no, sigue tu camino, que un hijo a solas no es un amor, sino una carga, que los oídos regalados son peligrosos. Ahorra tu dinero, ahorra tu cariño y no te dejes engañar por nada ni por nadie".



Aníbal se sentía solo. La juventud le dejó como seña la lección de que amistad e interés no pueden ir de la mano, que el dinero no llena, que los objetivos y retos son premisas necesarias, que nuestros hijos heredarán nuestros errores. Pasó la juventud dando, pero su madurez no está siendo muy distinta: -"Me gusta conversar con la gente joven y regalarles mis enseñanzas. No tengo problema en contarles mi vida, porque no dejo de estar orgulloso de ella, a pesar de todos los fallos que cometí, pero quién sabe cuántas personas podrán evitar mi sufrimiento, si yo les regalo mi consejo, a mí, con saber que ayudé a uno o dos, me basta".



Yo soy una, soy parte de esa semilla, don Aníbal. Nuestra conversación supuso tiempo ganado, no ya por esas lecciones que en parte he visto o vivido, maravillosas lecciones de vida-dura, sino por el placer de encontrar a alguien tan generoso, que nada gana, que nada busca, más que seguir siendo un magnánimo mecenas y un ser socialmente provechoso. Y lo es, le aseguro, don Aníbal, que lo es. Que es mi personaje importante y admirado y que desde aquí le doy las gracias. Mañana seré un poco mejor porque usted existe.

martes, 26 de mayo de 2009

LA FAMILIA


Ni una película de Marlon Brando ni una novela de Delibes, los dictados del corazón... ¡la familia! La familia, la mayor y más pesada de las cadenas que colocan a nuestra vida. Sin entrar en tópicos de si se escoge o no se escoge, de si es amor verdadero o costumbre que adquieres con el tiempo, lo cierto es que la familia representa una especie de estado onírico constante: un sueño que se torna en pesadilla sin sentido en cuestión de segundos, para seguidamente transformarse en una historia de difícil comprensión, que da la impresión que es otra la persona que la está viviendo y no nosotros.¿¿¿¿¿¿¿?????? Me explicaré. O más bien, haré de intérprete para todos aquéllos que no conciban la idea de poder pertenecer a un grupo consanguíneo de un centenar de miembros que repiten sus nombres y mezclan la magia y la locura, como diría Márquez.

¿Alguna vez nos hemos detenido en analizar cómo empezó todo? ¿cuál fue nuestro acto de presentación en este mundo de no-locos? Una mujer extraña, un día te da la vida. Un hombre, todavía más extraño, colabora con algo en ello. Entre los dos te aportan una información genética y un registro religioso y civil que te convierte en ser humano reconocido. Pero, de repente, y es natural que lloremos del susto, te envuelven en un mundo de hábitos y costumbres que no podrás cambiar o escoger durante muchos, pero que muchos años. Al menos acabas con aquella primera sensación de extrañeza.... aunque venga a ser sustituída por otras.

Al principio, a los padres, los adoras, son dioses grandes que traen y multiplican los panes y los peces. Más adelante, los odias, porque no te permiten vestir, salir, escuchar, sentir, experimentar... y entras en un combate con ellos que según tú terminará una vez ganes tu independencia. ¡Pedazo error!, dicha independencia no existe. Nada más nacer entablamos un contrato vitalicio firmado por y con la conciencia de apoyo mutuo: nos prometemos no faltar en navidades, no olvidar los cumpleaños, asistir en el hospital, hacer de taxista y recadero, socorrer en las vacas flacas, apoyar en las disputas de pareja, hermanos y vecinos, y siempre dar la razón, permitir que se opine mal acerca de todos tus ligues, que se critique tu peso y tus entradas y salidas, aun hayas cumplido los cuarenta. Y lo más gracioso es que ese contrato lo avalamos con el amor. Un amor que no te replanteas hasta el momento en el que no soportas la idea de que esa familia te falte. Cuando sientes que no están, ya puedes estar rodeado por miles de amigos y gente que bese tus pies, que su hueco es imposible de rellenar, y entonces crees realmente en el lazo mágico del cordón umbilical y en cientos de teorías metafísicas sobre la elección de nuestros progenitores y de nuestro predestinado sino a su lado.

Si nos fijamos con un poquito de calma, nuestros vínculos familiares son como una extraña y desconcertante adicción que nos lleva a más y más, alcanzando el punto de llegar a relacionar la felicidad con el hecho de poder reproducirte lo mismo, y terminar formando nuestra propia familia. Y claro, creemos que lo haremos mucho mejor, que la nuestra será diferente, sin caer en la cuenta de que estaríamos condenando a otro ser chiquitito y puro a nuestros hábitos y creencias, y adaptándonos a una nueva persona y a todo un séquito de familiares,... y heredando más contratos de conciencia, y todo eso, solo por mencionar una cosilla de nada. Pero claro, tampoco han inventado nada mejor que la familia, al menos hasta el momento, ¿verdad?

Qué deciros... quizás daros un consejo, que prometo aplicarme: en este tema de las familias, como en cualquier otro, lo mejor es que lo viváis con sinceridad, dejéis fluir vuestros sentimientos, los buenos y los malos; no siempre podemos ser luz, que también en las veinticuatro horas del día existe la noche y ¿acaso la noche es mala? ¿es malo ser en alguna ocasión un egoísta torrontudo que sepa decir no? El equilibrio es sano, pero como sé que en la familia es casi imposible, solo me resta deciros, como el enano galáctico ese, "que la suerte os acompañe".

domingo, 24 de mayo de 2009

PERSONAJES II

ELENA



Uno de los primeros días en los que nos tropezamos me sorpendió su ceño fruncido. Aquel genio malo y mal disimulado destacaba mucho más en su rostro, que en cualquier otro que hubiese visto antes. Pelos cobrizos y pobladas cejas rubiancas, pecas y ojos azules, conformaban el rostro de una mujer casi sin labios, de pechos voluminosos, corta estatura y culo plano. Nada más verme, dio a entender que no quería nada conmigo, fue seca y distante en el trato, parecía molestarle mi simpatía y ese tono de descaro con el que me muevo por costumbre. Intuí que yo representaba algo que le dolía, algo molesto; una herida abierta y sangrante. Pero, ciertamente me chocó. Nada tenía que ver esa extraña mujer con las otras dos persona que suelen atender este local: él, un guaperas cuarentón de perilla cuidada y ropa negra, de mercedes descapotable y lengua ligera, que adorna con mil piropos zalameros sus saludos. Ella, una morena de melena rizada y ojos verdes, de treinta y tantos, carnes prietas y ropa ceñida, con carácter abierto y buscadora de frívolas y muy divertidas conversaciones. Por un momento, pensé que formaban un triángulo de equilibrio, en el que cada uno desempeñaba su papel: seriedad, gracia, simpatía,... ofreciendo todo lo que se puede ofrecer a la muy variopinta clientela que puede entrar en dicho lugar. Luego, con el paso del tiempo y nuevas circunstancias me di cuenta de que me había equivocado en casi todo, salvo en lo de triángulo.

Sí es cierto, yo encarnaba una herida abierta y recordaba una amenaza. Mis juegos lingüísticos se asemejan a los de él, mi edad y aspecto se acercan bastante a los de ella. Ella y él son amantes. Él y ella son pareja. Ella era la esposa del mejor amigo de él. Mi rubia incógnita, a la que desde este momento llamaremos Elena, la esposa de él. Veinte años estuvieron casados, probando con un negocio u otro, hasta que el actual, muy fructífero, demandó nuevos dependientes dada su expansión. La esposa del amigo buscaba trabajo y entró a formar parte del equipo. Elena sabía de la costumbre de su marido de picar aquí y allá, cargaba en sus carnes el papiloma que le trajo de una de sus visitas a otra mujeres, pero esta vez resultó diferente. Resultó diferente por el momento: cáncer de útero, por otras circunstancias: la enfermedad de su madre, por el desenlace: no fue un lío de dos noches, sino una relación encubierta que mantenían desde hacía muchos meses. El final no habría de sorprender a nadie; se separaron. Ella se quedó con la casa, él se vino a mudar a la vivienda que hay encima del local, con la morena. Pero los tres siguen trabajando en el mismo local, y a consecuencia de los horarios no quita que, en alguna que otra ocasión, el triángulo se transforme en pareja: Elena y la morena, mi guaperas y Elena, mi guaperas y su morena.

Un día, un día de esos que yo tengo movidito, quiso abrirme su corazón. Tal vez, se dio cuenta de que yo no era responsable de lo que le sucedía, ni tal amenaza. Tal vez, ese día parecía vulnerable y, por lo tanto, más humana. Tal vez, se percató de que yo estaba empezando a coger recortes y recomponer tamaño puzzle. Pero ese día, por lo que sea, me contó su historia (sí, yo fui lo bastante cautelosa como para sonsacarle a él más adelante y poder construir mi propia versión "mediada") ¿Cómo lo soportas? le pregunté en una ocasión, ¿por qué? "-Porque este local es el pan de mis hijos, porque hay que tragar, porque lo quiero, porque es el hombre de mi vida, porque sé que soy la mujer de su vida y ninguna que entre, ahora ni nunca, podrá igualarse a mí y a lo que hemos vivido, porque no me he curado, porque sigo necesitando aspirar el aroma que deja cuando se marcha".

Hace tiempo que Elena y yo nos consideramos amigas. Mantenemos conversaciones de quince minutos, tras el mostrador, en la trastienda,... Por lo pronto, el único café que compartimos es el que le traigo del bar de enfrente, no hemos hecho vida social, mas hemos compartido, día a día, vidas íntimas. Tampoco es que ella demande otra cosa ni yo quiera pedírsela.

Hace tiempo que he descubierto que Elena es alegre y simpática, fuerte y decidida, inteligente y pasional, sincera y entrañable. Que sus pecas son cicatrices de vida y experiencia, que demanda afecto, que no busca el amor.

Hace tiempo que Elena y yo aprendimos juntas que las primeras impresiones resultan engañosas.

El 25%

El turismo en España ha caído un 25%. El 25% de las especies mamíferas y de reptiles del planeta está en peligro de extinción. La morosidad alcanza ya al 25% de las familias europeas. Porsche estudia la posibilidad de vender el 25 % de su empresa a los países árabes, pero no sé exactamente a quién. ¡Ay que ver los datos que soy capaz de retener! Sin embargo, otro porcentaje me preocupa bastante más y se convierte en mi excusa: Malcom, Los Simpson, Drake y Josh, Salvados por la campana, Hotel dulce hotel, Extraterrestres, Cosas de casa y aquel tal Yowi,... Estas series simbolizan solo una pequeña muestra de la comedia americana y el reflejo de su realidad, retrato de sus vidas cercanas, se deduce. Todas guardan en común que presentan un tonto entre sus filas: Homer, el niño de los pelos rizados, el negro de enormes labios y bigotillo de dos días, el conserje con gafas de cinta adhesiva, el soldado de marte. O sea, que si nos dedicáramos a sacar conclusiones, podríamos sostener que el 25 % de la sociedad americana es idiota. Que nadie se tome esta reflexión a pitorreo, puede ser hasta alarmante. Si uno de cada cuatro americanos resulta estúpido, y EE.UU. es la potencia mundial que maneja y lidera nuestro mundo, la posibilidad de ser gobernados por un idiota es del 25%, y la probabilidad de que nos toquen más Bush demasiado alta. Y con todos mis respetos, prefiero en la vida a personajillos inteligentes, aunque peligrosos, que a los idiotas, ya que, por lo menos, a los que disciernen te los puedes quitar de en medio con firmeza, sin miedo a que la conciencia o el sentimiento de culpa hagan mella.

Lo único malo es que, a la hora de la verdad, estos porcentajes no significan mucho más que un comentario objetivo dentro de una buena argumentación, o mera reflexión casual camino de alguna parte, y son otros resultados estadísticos más cercanos los que afectan en nuestras vidas. En mi caso, no son pocos, lo que ocurre es que particularmente, en uno de los casos, los finales se dan la vuelta: El 25 % de los hombres que pasaron por mi vida son dignos de mención, del 75 % restantes no querría hablar o, por lo menos, no repetir, pero qué quieres que te diga, debo tener un buen imán, pues el 95% de ellos suele reaparecerse en una de esas extrañas rachas de mi vida en que coinciden todos juntos. El 25 % de los hombres de mi vida fue capaz de provocar un orgasmo, de ese 25% otro 25% despertó mi interés, y de ese subgrupo a un 25% lo respeto. Por el otro sector, siento admitir que no me despertaron ni tan siquiera curiosidad. El 25% de los hombres es simple, otro 25% predecible, existe el 25% de los buenos y el 25% interesante que, por desgracia, hacen coincidir esta cualidad con el handicap de la peligrosidad. O sea, si sumas bondad, simpleza y predefinición, obtienes que el 75% de los tíos son seres sencillos, de maquinaria muy manejable y tres puntos débiles clásicos que se desbancan sin mayor dificultad en menos de cinco minutos. Qué decir... hay mucho de cierto en eso de que, si no te cuesta, no lo valoras. Y los hombres cuestan bastante poco.

Escribiendo estas líneas, en ese deseo de teclear y teclear sin resuello, para que surjan palabras libres de toda intención, me ha dado por preguntarme si no me estaré contradiciendo con esas otras facetas mías tan espirituales y románticas, y antes de terminar la frase ya he sabido que dicha contradicción, o contraposición, no existe: soy un 25 % de romanticismo, ternura y bondad. Soy un 25% de razón, cordura y responsabilidad. Soy un 25% de espiritualidad, magia y fantasía. Pero existe ese otro porcentaje de pasión, instintos, sensualidad, sexualidad, disparate, y aunque parezca equilibrada en el reparto, puede que no lo esté tanto, que mis cantidades no vivan en el mismo plano o línea y esté destacando uno por encima de otro, y brillando por etapas.

Como el que mantienen a dieta, como el que careció de algo o vivió un luto, como el que estuvo retirado o a la espera, puede darse que, en un momento dado, se viva un porcentaje de las cosas y que, en este preciso instante, apetezca vivir, por ejemplo; el lado que te muerde en el cuello como saludo de bienvenida, y te susurra al oído lo que no se puede decir mucho más alto; el lado que no quiere cenas románticas ni rosas en la cama; el lado que prefiere la arena de la playa el coche en la cuneta, el sabor a sudor y alcohol mezclados, el disfrute de un hoy y un ahora que ni siquiera se plantea si te llamará mañana; el porcentaje que gusta de coger al hombre, despertar el macho y destronar el mito; el porcentaje que está segura de controlar y dominar; el porcentaje que te engancha, te exita, te descontrola y te devuelve parte de esa vida que perdiste hace tanto tiempo ya, que no sabes siquiera a qué sabía, a qué olía, como se hacía...

Tienes un 75% de posibilidades de caer en mis traviesas redes, o un 25% de sobrevivir a la vida sin saber cómo vivir, ni vivirla. Tú eliges qué te apetece más, mejor dicho, sé lo que te apetece, tú eliges atreverte o no.

sábado, 9 de mayo de 2009

PERSONAJES I

PANCHO

Hace muchos años, un par de décadas, la guagua del colegio se esperaba en una vieja lavandería. El lugar estaba ubicado en una casona antigua e inmensa, de altísima puertas grises y vidrieras que reflejaban sus colores sobre el blanco aún inmaculado de los aparatos de lavado y secado. Dos salas estaban abiertas al público: la sala que contenía los aparatos y una mesa de metal, digna de una sala de operaciones, donde la gente depositaba sus cosas o doblaba las prendas; y otra más pequeña, en la parte del fondo, con tres o cuatro sillas, todas diferentes, una papelera y una escalera interrumpida por unos tablones cruzados que dejaban adivinar tras sus tachas, la puerta que daba desde allí a lo que sería el resto del caserón. Las niñas del cole estaban completamente seguras de que en aquel lugar había fantasmas, por lo que nunca íbamos más allá de la sala principal, salvo excepciones.

Una de esas excepciones se llamaba Maximino. Era el ser más temido del pueblo, al menos por las que no alcanzábamos el metro y medio de altura. Todos los pueblos tienen su tonto y su loco, en el nuestro, el loco era Maximino; un monstruo merecedor de ser odiado. Cuentan que fue maestro, en la posguerra; un hombre culto que devoraba libros. Cuentan que no era buena persona, se comportaba de modo violento, se ensañaba en los castigos a los alumnos. Cuentan que enloqueció y que, desde entonces, vivía de una paga y se entretenía deambulando por las calles, silencioso, escondido bajo su sombrero marrón sudado. Ése no era el entretenimiento que más miedo nos causaba. A Maximino le gustaba pillarte por sorpresa y cogerte de la oreja y arrinconarte y, si además estabas sola, meter sus horrendas manos en aquel rincón de tu cuerpo que más placer le causase, mientras, con los ojos cerrados, adivinabas por su aliento nauseabundo, que estaba demasiado cerca de tu cara, lo bastante cerca como para no poder hacer otra cosa más que temblar. Cuando a esos de las dos y media pasaba por delante de la lavandería, todas corríamos a escondernos en la salita del fondo.

Maximino fue un hombre de entierro desolado, que vivió en aquellos vecinos años en los que no existía la ley del menor, la pederastia, la violencia de género y los servicios sociales. Al igual que Pancho, el tonto del pueblo; mas Pancho es otra historia.

Pancho continúa vivo. Es un hombre de edad indefinida. Se puede adivinar que tiene más de cuarenta y más de cincuenta, por las canas que de forma progresiva están poblando su cabeza y la barba de dos días que suele lucir muy poca veces. De resto, diría que es un niño, un hermoso Peter Pan amante de los perros y los tesoros más insólitos. Pelo negro y ojos negros. Delgado, consecuencia de los muchos kilómetros urbanos que se hace cada día, solo se intuye una pequeña barriguita de hombre maduro tras sus camisas a cuadros. Es el tonto del pueblo, pero tiene muy claro que las camisas le gustan azules y a cuadros. Recorre las calles sin saludar a nadie, en parte porque más que hablar, balbucea; en parte, porque no se fía de todo el mundo. No le gustan esos tipos que suman tres generaciones de idiotez, que gritan su nombre y fingen que le disparan desde sus coches. Él responde al disparo y al susto malhumorado. A su corazón enfermo no le agradan los gallitos de barrio aficionados a poco más que el fútbol y medir con sus rayos láser el volumen total de culos y pechos. Aún así, suele ir al bar del centro donde se reunen los futboleros. Es bien acogido por su gordinflón dueño, desde hace tantos años, que no alcanzo a recordar su origen, puede que anterior a mí. Allí le pide un dulce, nada de bollería artificial, escoge uno de los dulces de crema que traen frescos los de la pastelería alemana cada mañana, y un cortado. La consumisión no se paga, él es el tonto del pueblo, pero tiene claro que las monedas que guarda celosamente en el maletín pequeño con forma de camión no son para eso, ¡qué lo pague alguno, o qué pague Pepe! Al bar acude cada amanecer y cada tarde. Es el primero en la mañana y de los más tempraneros de la sobremesa. Luego sigue camino, hacia cualquiera de los locales en donde puede mantener conversación, o al menos presencia, de forma querida; o a detenerse frente al stop peor localizado de toda esta zona centro, para regular muy correctamente el tráfico.

Si pasas con tu perro, te lo tienes ganado. Entonces, se detiene para saludar a tu animalito. También a la hora de escoger a los perros se muestra selectivo. Por permitirte intimar con tu cuatro patas, te responderá con un gruñido suave, un buenos días o gracias versión Pancho, luego te invitará a seguir tu camino.

En nuestro caso, la relación es un pelín diferente. Es el tonto del pueblo, pero tiene claro quien lo toma en serio y además posee una gran memoria. Hace como cuatro años, curiosamente cuatro años, un día lo encontré llorando en una esquina, encogido como un fardo, sentado en el suelo, le faltaba la respiración, estaba histérico y amoratado. Pensé que se moría. Nada más verme detener el coche y acercarme, intentó defenderse con manotazos y gruñidos. Me asusté. Me quedé en silencio y a su lado, pero me preocupaba que su acelerado corazón le estuviese jugando una mala pasada. Tenía prisa por atenderlo y saber. Pensé que, si con un perrito funcionaría una loncha de jamón y con un niño un caramelo, con Pancho tal vez una moneda hiciera efecto. Resultó. Eso o hizo acto de presencia algún sentimiento, como el de la comprensión o la necesidad... Me prestó atención y sin dejar de mostrar angustia comenzó a explicarme su historia. Esa extraña magia que esconde la comunicación de dos que quieren entenderse me permitió averiguar, no sé cómo, que unos gamberros, de fuera, de ello estoy segura, le habían robado la lata del dinero entre faltas de respeto y a saber que tipo de abusos. Se dejo acariciar. Para mayor sorpresa, me permitió además meterlo en el coche, llevarlo a que un médico lo reconociese, con la promesa de que sería premiado. Mientras estaba dentro de la consulta, me ausenté a la carrera, entré en el bazar que está al final de la calle y compré unos cordones de tenis y una lata en forma de camión que venía a ser una hucha con asa y candado. Volví. Le puse la lata en la mano y unas monedas dentro. La cerré con el candado y con los cordones le colgué la llave del cuello. Médico, enfermeras y asistentes también le fueron depositando monedas entre palabras de aliento. Luego, sabedora de que no tenía nada grave, de que había sido tratado y medicado lo llevé hasta su casa.

Nunca entendí el encontronazo como un logro o razón para ponerme una medallita en el pecho. Más bien le mentí: yo no le premié, él me brindó un gran trofeo con todo lo vivido y sentido. El médico se comportó de modo adorable y los pacientes lo arroparon, olvidando sus males propios. Pancho se dejó ayudar, me escogió. Porque es el tonto del pueblo, pero tiene claro la muy compleja lección de en quién puede y en quién no puede confiarse. Porque es el tonto del pueblo, pero cada vez que paso por el stop que regula, me hace bajar la ventanilla para rascarme la cabeza y gruñirme un hola. Porque es el tonto del pueblo, pero tiene claro que su lata mas allá del contenido, es la suma y multiplicación de la bondad, la generosidad, la ilusión y el amor, y que esas cosas no pueden robarse ni gastarse imprudentemente, han de guardarse a buen recaudo y propiciar que crezcan. Porque es el tonto del pueblo, pero tiene claro que, las cosas importantes de la vida, también las podemos aprender de él.

domingo, 3 de mayo de 2009

FUEGO QUE MATA, FUEGO QUE CRECE

Ayer lo conocí; no lo esperaba, la verdad. Es más, cuando me contaron hace unos días el asunto, ni tan siquiera le presté atención, nada fuera de lo habitual, pero encontrártelo de frente... ya es otra cosa. Es un hombre joven, el amigo de una amiga, un hombre que aparenta firmeza y lleva escrito en el rostro la memoria del miedo. Nadie lo vio, salvo él. Los forenses recomendaron a la familia que por nada del mundo comprobasen cómo había quedado, lo mismo pensaron los de la funeraria, pero alguien tuvo que leer los informes en el juzgado, firmar, corroborar no sé que cosas y, por supuesto, ver las fotos. A él le tocó ver esas dichosas fotos.




Aquella mañana yo estaba en casa, a punto de salir para el trabajo, cuando sonó el teléfono. Como fondo a mi conversación, varias sirenas y mucho ruido; pero no era la primera vez, digamos que es más bien costumbre escucharlas. Vivo en una zona comunicada, un lugar de paso hacia muchos otros lugares, y las sirenas, por suerte, siempre están de paso. La llamada tenía que ver con lo sucedido. La perspectiva de mi familia y mis amigos, al asomarse a un balcón o una ventana, era que algo ocurría en mi casa, el humo coincidía con mi dirección. Tranquilicé a las llamadas: -No es aquí, ocurre más arriba, frente a los edificios rosa, no veo más que humo, policía y bomberos, están cortando la calle, debe haber un incendio en una casa y toman medidas de precaución.



Me equivocaba, no era un incendio, no al menos como yo pensaba, sino un accidente de coche. Un hombre se había despeñado al barranco que pasa justo al lado de la carretera. Quedó atrapado y pidió auxilio. A sus gritos alguno acudió, por lo que tengo entendido, abrió la puerta y el oxígeno del exterior, o lo que fuese, prendió con virulencia la llama. Murió entre gritos y calcinado. La familia conoció una primera versión de que el golpe le rompió el cuello y no sintió nada, pero ya debe haberles alcanzado la verdad de tan terrible muerte.



Era un padre. No hubo alcohol de por medio ni exceso de velocidad. Volvía de dejar a sus dos hijos en el instituto, probablemente, sea hasta vecino mío. Hasta el momento en que me encontré con su hermano de frente, era uno más, como la chica que fue atropellada a un kilómetro de aquí en dirección al Puerto, por un loco que se salta un stop, a escasos 100 metros de donde perdió la vida el novio de esta misma chica hace un año. O como el que en frente del mismo barranco chocó contra una farola, o el que cayó en el solar que linda con mi casa (como decía mi abuela, siempre vienen de tres en tres). Pero, visto el rostro del que perdió, del que carga el peso de la vida. Visto al hombre, y queriendo adivinar su parecido, los rasgos y muecas que los unían con el hermano, él se torna una historia cercana, una historia que rememora antiguas historias.



Tenía quince años cuando mi primo, mi favorito, el niño de mis ojos, el que me cuidó y me enseñó lo que padres y maestros no se atreven, con tan solo tres años más que yo, falleció en la carretera. Diecisiete contábamos, cuando mi primer noviete de instituto perdió la vida en una moto. Años después serían Carlos y un nuevo familiar los que se llevase el asfalto. En todos los casos fueron víctimas de un extraño, una persona bebida, un kamikaze o un inconsciente; en uno de los casos, para más inri, se trató de una doctora que abandonaba con prisas su consulta.




Vidas destrozadas a un lado y al otro de la frontera: la frontera de los culpables, los accidentados, las víctimas, los culpabilizados, los victimizados... Demasiadas vidas truncadas y otras tantas vidas rotas. Y no puedo evitar pensar en mí y en los míos. Vivimos en la carretera. Por trabajo nos trasladamos grandes distancias a horas dispares. La alimentación, el cansacio, la falta de sueño, el exceso de confianza,... un idiota, el amo del asfalto, el mal tiempo, la velocidad,... son demasiadas variables e infinitas posibilidades. Aquí no me vale la estadística, no cuenta. Da igual que me toquen uno, o cinco coma tres muertos, todos me duelen e inquietan. No quiero malas noticias ni preocupaciones. Si te retrasas, si te descuidas, si no quieres hacerlo por ti, como dice la campaña publicitaria, hazlo por mí, por ella que te ama, por él que te espera, por quien desea crecer a tu lado.

Hoy, dos niños se van a la cama sin entender, marcados por la pena, la culpa, el dolor, la desesperación, la rabia, la impotencia, el odio y el miedo. Pensarán en su madre, en su futuro, en su presente, en qué pudieron hacer, pensarán en el fuego, en el dolor sufrimiento de sus últimos minutos,...


El fuego... lo mató el fuego, pero no siempre lo hace. Cuando un cuerpo arde por las llamas, se siente un dolor inicial que apenas dura unos segundo, lo que tarda en atravesar tu piel y alcanzar tu sistema nervioso, entonces ya no hay dolor, ni el grito sordo del pánico puede escucharse. Entonces, todo termina o todo comienza. Si se da este caso, que tienes la oportunidad de resurgir en tu propia piel, te aseguro, aunque resulte increíble, que el fuego te ayuda a crecer, te hace mejor y más fuerte, te otorga disciplina, coraje, fuerza, respeto ante las adversidades, que no miedo, confianza en ti y en tus posibilidades. Esto mismo es lo que les deseo a estos chicos: que el fuego que mató a su padre, les renueve y les ayude a retomar sus vidas, que les permita superar y renacer, y valorar, y crecer, y que pronto sea solo un obstáculo superado y olvidado, dentro de una vida plena y feliz. Estoy segura de que su padre les ayudará a conseguirlo.

viernes, 1 de mayo de 2009

EL PELIGRO DE LAS ETIQUETAS

Hoy nos hemos levantado con tiempo y llenos de propósitos: vamos a lavar el coche, llamaremos a ese amigo que aún tiene en casa el taladro que le prestamos el año en que se fue a vivir, al pisito de aquí cerca, con aquella chica de la que ya está separado, llamaremos también a ese otro con el que mantuvimos una estúpida discusión, cuyos efectos ya duran demasiado, iremos a que nos corten el pelo, iniciaremos una dieta sana y dejaremos de fumar. Es que, chico, como decía, nos hemos levantado con un espíritu renovado que tira pa' trás.

Para el cambio de dieta tendremos que pasar primero por el supermercado. Nuestra despensa está llena de porquerías. Haremos una compra inteligente que se detenga en el contenido de los alimentos, o sea, que nos vamos a leer etiquetas, ante la mirada perpleja de las dos señoronas que regresan de su clase de folklore en la asociación de vecinos. Galletas, margarinas, refrescos, salsas, chocolates, frutas envasadas, congelados,... Contienen un 40% de grasas hidrógenadas, o son transgénicos, o vienen precedidos por la combinación más negativa, de todas las que podían haber entablado letras y números: E 220, E 214, E 330, sulfitos, anhídridos sulfurosos, nitratos, acetatos, propionatos y hasta el señor don Potato se esconde entre tanto número y tanta nomenclatura dichosa. ¡Ay!, ¡pobre de nosotros!, ¡qué difícil nos ponen esto de pretender cambiar el rumbo de nuestras vidas! ¿Quizás hubiese sido más inteligente no mirar etiquetas y vivir con la felicidad del ignorante? De repente, sufrimos un atroz ataque de miedo a los ingredientes, los componentes y las reacciones, y atravesamos veloces el supermercado, dejando atrás la cesta plástica e imaginándonos en el futuro como seres cangrenados sin alguna de nuestras extremidades, ingresados en un hospital, recorriendo sus pasillos como zombis, postrados en una sila de ruedas y teniendo por todo entretenimiento pellizcarle el culo a las enfermeras. Entonces, se nos erizan los pelos, que aún no nos hemos cortado.

¡Alarma! ¡alarma! ¡estoy descuidando mi cuerpo!, he de huir de las etiquetas o comer y morir feliz.... Pues sabes lo que yo te digo: ¡¡¡a la mierda!!! Así de rotunda y de mi pueblo me he levantado. ¡A la mierda tu preocupación por los alimentos!, no porque no estés en el uso de la razón, sino porque, como en casi todo lo que has intentado en tu vida, estás empezando la casa por el tejado. Te recomiendo primero que revises otras etiquetas a las que prestas mucha menos atención y que te ayudarán a revisar ésta, tu vida, la vida de los demás y tus relaciones.

Un chico con los pantalones por debajo del culo y enseñando calzoncillo, otro con rastas, una rubia sobre tacones de 10cm, el hijo de un drogadicto y una alcohólica ligera de cascos, el hijo de la gitana, el negro de la patera, el que entra con gorra, la que viste con escotes y minifaldas, la hija de la enferma mental, en niño del barrio pobre, el hombre de corbata y maletín,... todos están etiquetados en tu "micromundo". A la chica que vive en medio de una familia desestructurada y la que lleva dos años sin estudiar, le has colgado la etiqueta de alumna con problemas, de necesidades educativas especiales o con riesgo de fracaso y abandono. A la chica que habla abiertamente de su sexualidad y sus relaciones le has pegado la etiqueta de pendón con el que pasar un rato y no tomarse del todo en serio. Al chico que escucha disco y se mueve en un coche tuneado le has adjudicado la etiqueta de descerebrado con el que no poder cruzar una convesación que vaya más allá de los monosílabos.

Ésas son las etiquetas que me preocupan, ésas sí que tienen componentes peligrosos y muy dañinos. ¿qué pasa, que la vida viene establecida y diseñada desde un principio, como si perteneciéramos a una casta hindú? La vida, y nosotros en ella, evoluciona. Experimentamos procesos de cambio. Si tachas a una persona de tonta y se lo haces creer, nunca hará nada por salir adelante y demostrarse que ese estigma es falso, si le dices al gitanillo que ése es su mundo y su futuro el robo, la droga o la chatarra, lo asumirá, sin plantearse qué quiere o qué le hará feliz. Pero, si pruebas a no etiquetar, a contemplar a las personas dentro de su espacio y de un momento pasajero, comprobarás cómo todos van cambiando esas determinadas etapas, que necesitaba para un cierto equilibrio y aprendizaje, por otras.

¡Por dios, no te centres en catalogar y juzgar. No eres nadie para etiquetar, ni etiquetarte ni dejar que te etiqueten. Ve más allá, a la sabiduría humilde de conocer de qué elementos e ingredientes está compuesto ése que está a tu lado, y cómo pueden mezclarse, dando lugar a un sinfín de combinaciones. Lee dentro de ti y de los demás. No cometas el cobarde error de la evitación y busca respuestas en el fondo, no te quedes en las etiquetas que, hasta todas ésas extrañísimas de los super tienen una razón de ser, cuando te detienes a profundizar en ellas.

Es sencillo, solo conociendo la naturaleza de las cosas y las personas, alcanzarás la comprensión de lo que te rodea, de cómo enfrentarlo y vivirlo, y te conocerás a ti mismo, ¡cómo no! Si de verdad te has levantado con el propósito del cambio, empieza limpiando y buscando desde dentro, porque el cambio de corte de pelo no servirá sino para que un par de días resulte más mono el escaparate. Amén.