No me pidas que te escoja una película, una canción, un poema o un pasaje literario. Pídeme, mejor, que te mencione un beso, una mirada, un olor y un momento; eso habrá de resultarme más fácil. Tengo la suerte de disfrutar del arte y la cultura, de recrearme en las historias y de que cientos de miles de ellas llenen mi vida y calienten mi corazón. Supongo que las escojo, ¡uy, perdón por este lapsus!, supongo que ellas me escogen según el momento, la situación y el estado de ánimo, y me estoy refiriendo a la pelis, las melodías, las letras... Podría narrar, durante toda una noche, cómo me sentí ante tal historia o cómo me creí ver reflejada en determinado personaje; de todos modos, acerca de algo así hemos escrito ya, ¿verdad?
Sin embargo, existe una película que me apasiona y que, esta misma noche, he regalado a una persona que debe agarrar la vida por los cuernos y salir del nido en busca de su felicidad; bajo mi punto de vista, por supuesto. Esa pedazo obra de arte del cine que vengo anunciando es El lado oscuro del corazón, una película de Eliseo Subiela, que conoce una segunda parte 12 años después (de 1992) y que tampoco está nada mal. Pero, es ésta, la primera, la que me asaltó las entrañas. Como os comentaba, la película me encontró deambulando un día, me dijo, "llévame contigo", y le hice caso. Entonces se me abrió de par en par y me permitió descubrir una intensa e interesante historia de amor: el amor del poeta que se vende como una puta publicitaria, y la prostituta que aprende poesía, porque así encuentra mejores clientes. Una película fresca en la que artistas desvergonzados y divertidos atraviesan vaginas gigantes y crean versos que poder cambiar por filetes, en la que mi buen y maravilloso, y adorado, y perfecto,... Benedetti se viste de almirante, para sentarse en la barra de un prostíbulo, a leerle en alemán a su putita. Una historia sin desperdicios, en donde la muerte te persigue para desvelarte lo evidente: es una mujer amargada que en el fondo desea enamorarse de ti, desea que le metas la mano entre las piernas mientras le muerdes la boca.
La película contiene uno de mis pasajes favoritos, un fragmento que os brindo en video y os advierto que he plagiado para mi vida más personal: me importa un pito que los hombres la tengan como un vaso de whisky o que sean capaces de rellenar a presión un vaso de lícor con su semen. Que su torax sea una tableta de chocolate o un bombón derretido. Le doy una importancia igual a cero al hecho de que amanezcan con aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida; soy capaz de soportar una nariz que sacaría el primer premio en una competición de zanahorias, pero eso sí, y en esto soy irreductible, no les perdono bajo ningún pretexto que no sepan volar, sino saben volar pierden el tiempo conmigo.
Nada tienes que hacer en mi vida si no vuelas. No podrás acompañarme en mis viajes si no sabes apreciar la vida y reírte de los supuestos obstáculos y piedras del camino, si no sabes reírte de ti y explorar tu interior, si no sabes jugar, y jugar, y seguir jugando, fantasear y probar de todos los sabores, si no puedes practicar del sexo al ritmo del jazz y del blues, en lo alto de una noria o en medio de la oscuridad de la multitud, si no puedes sentirte como un niño y como un viejo, si no crees en las hadas, si no das los buenos días cada mañana a tu propio corazón, si no existe en ti ni una pizca de imaginación, de ambición, de descaro y desvergüenza, de coraje y de picardía, pierdes el tiempo conmigo, no te acerques a mi vida, pues podría devorarte vivo sin brindarte ni la más mínima opción. Buenas noches, rrrrrrrrrrr, gatitos...