RAÚL
De aspecto poco favorecido, es un hombre más bien pequeño que, entre el bigote generoso y su cabello oscuro y abundante, recuerda, desgraciadamente al super del Mortadelo y Filemón. Aunque, a decir verdad, creo que es una estrategia propia de este increíble ser que, compinchado con la Madre Natura, decidió tomar esas formas para disimular.
Realmente, lo que Raúl esconde a los ojos de todos, es su naturaleza de genio en todos los sentidos: Raúl es un genio que todo lo que toca, convierte en oro, pero a diferencia del rey Midas, ese oro no es material ni sacrifica corazones. Él domina el oro del tiempo, del futuro. Todo el que pasa por las manos de Raúl goza de una segunda o tercera, o cuarta oportunidad en su vida. Es un genio, porque convierte en realidad cualquier cosa que atraviese con un ramalazo su mente. Todo, todo, todito, su cabeza es una maquinaria impresionante capaz de anticiparse incluso a los problemas, una maquinaria que debe ser temida, nada más se ponga a funcionar, te atrapará, terminarás enredada en alguna de sus ideas, geniales sí, pero costosas. Nunca pone las miras o metas muy cerquita que digamos.
Yo lo conocí hace ya muchísimos años. Por aquel entonces, tenía quince años, y él era mi profesor de historia y el director del instituto. Aquel profesor de nivel, que te exigía comentarios de texto y de mapas de hasta ocho y nueve folios, que extraía de ti toda la capacidad crítica que pudieras albergar, y quería más y más, tenía el potencial o la virtud de sacar lo mejor, haciéndote partícipe de ello, no por obligación, sino por motivación, y se ganaba tu respeto sin gritos ni amenazas, desde el diálogo.
Dejó huella en mi persona, más de lo que en un primer momento fui consciente, porque años después, cuando ya me tocaba estar en las aulas desde el otro lado, y supe de un nuevo centro que se abría y de que él estaría al frente, cogí mis bártulos y me sumé a su equipo, quería aprender de él y ni os imagináis hasta qué punto logré mis objetivos.
El primer día que nos vimos de nuevo las caras resultó muy gracioso. Él me recordaba como la mascota de Elías y Felipe, dos chicos que lo mismo metían un coche por el polideportivo para promocionarse para el ConsejoEscolar, con las chapas y pegatinas robadas al Cabildo con eso de "Tenerife gente 10", que organizaban un homenaje a Franco, sui generis y capaz de desquiciar a la de inglés, o una manifestación improvisada, reclamando un sustituto, o el fin de una guerra, e impidiendo la circulación dado que, para no andarse con chiquitas, cortaban la carretera principal. Cuando ese hombre contempló que era yo la nueva profe, se echó las manos a la cabeza y me preguntó si yo había cambiado. Supongo que algo tenía que ver el peto vaquero a la cintura y una camiseta negra de un bebé porriento, en la que se leía "nacido para el rock", o el hecho de llevar un tenis de cada color. Sea como sea, se me asustó el pobre. Lo que desconocía es mi motivación, mis deseos de seguirlo, convencida de que me esperaba la más grande de las aventuras.
¡Y vaya que si fue una aventura!, el centro carecía de todo menos de problemas. De peleas diarias, y policía, y drogas, y acoso, y llantos, pasamos a una institución familiar de excelentes resultados que ha pasado de línea dos a línea cuatro, que acapara premios y más premios.
El éxito se debe únicamente a Raúl, es el mejor de los líderes, alguien a quien intentaré imitar. Él no te manda, te invita a que lo sigas, y lo consigue, él te hace creer que tu centro y tu trabajo te pertenecen y, como algo tuyo, debes cuidarlo. Nunca pierde los nervios, nunca carece de respuestas o propuestas. Él es la mesura, el equilibrio, la inteligencia, la proyección, la madurez, la inventiva.
Y qué decir de ese carácter afectuoso y amable, es consentidor de besos y abrazos. Todo él es un ser mágico y especial. Nadie entra con miedo en su despacho y, sin embargo, todos entran con un halo de respeto y tranquilidad. Su trabajo es su vida, pero no deja su vida en el trabajo, es atento y cuidadoso de su familia, a la que ama; lo que ocurre es que también a nosotros nos hace sentir familia. Si en futuro me asegurasen que puedo alcanzar sus méritos en un 70 % al menos, sería capaz hasta de dejarme el mismo bigote. Pero es prácticamente imposible, no lo del bigote, sí lo de hacer sombra a quien es inimitable.
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