viernes, 1 de mayo de 2009

EL PELIGRO DE LAS ETIQUETAS

Hoy nos hemos levantado con tiempo y llenos de propósitos: vamos a lavar el coche, llamaremos a ese amigo que aún tiene en casa el taladro que le prestamos el año en que se fue a vivir, al pisito de aquí cerca, con aquella chica de la que ya está separado, llamaremos también a ese otro con el que mantuvimos una estúpida discusión, cuyos efectos ya duran demasiado, iremos a que nos corten el pelo, iniciaremos una dieta sana y dejaremos de fumar. Es que, chico, como decía, nos hemos levantado con un espíritu renovado que tira pa' trás.

Para el cambio de dieta tendremos que pasar primero por el supermercado. Nuestra despensa está llena de porquerías. Haremos una compra inteligente que se detenga en el contenido de los alimentos, o sea, que nos vamos a leer etiquetas, ante la mirada perpleja de las dos señoronas que regresan de su clase de folklore en la asociación de vecinos. Galletas, margarinas, refrescos, salsas, chocolates, frutas envasadas, congelados,... Contienen un 40% de grasas hidrógenadas, o son transgénicos, o vienen precedidos por la combinación más negativa, de todas las que podían haber entablado letras y números: E 220, E 214, E 330, sulfitos, anhídridos sulfurosos, nitratos, acetatos, propionatos y hasta el señor don Potato se esconde entre tanto número y tanta nomenclatura dichosa. ¡Ay!, ¡pobre de nosotros!, ¡qué difícil nos ponen esto de pretender cambiar el rumbo de nuestras vidas! ¿Quizás hubiese sido más inteligente no mirar etiquetas y vivir con la felicidad del ignorante? De repente, sufrimos un atroz ataque de miedo a los ingredientes, los componentes y las reacciones, y atravesamos veloces el supermercado, dejando atrás la cesta plástica e imaginándonos en el futuro como seres cangrenados sin alguna de nuestras extremidades, ingresados en un hospital, recorriendo sus pasillos como zombis, postrados en una sila de ruedas y teniendo por todo entretenimiento pellizcarle el culo a las enfermeras. Entonces, se nos erizan los pelos, que aún no nos hemos cortado.

¡Alarma! ¡alarma! ¡estoy descuidando mi cuerpo!, he de huir de las etiquetas o comer y morir feliz.... Pues sabes lo que yo te digo: ¡¡¡a la mierda!!! Así de rotunda y de mi pueblo me he levantado. ¡A la mierda tu preocupación por los alimentos!, no porque no estés en el uso de la razón, sino porque, como en casi todo lo que has intentado en tu vida, estás empezando la casa por el tejado. Te recomiendo primero que revises otras etiquetas a las que prestas mucha menos atención y que te ayudarán a revisar ésta, tu vida, la vida de los demás y tus relaciones.

Un chico con los pantalones por debajo del culo y enseñando calzoncillo, otro con rastas, una rubia sobre tacones de 10cm, el hijo de un drogadicto y una alcohólica ligera de cascos, el hijo de la gitana, el negro de la patera, el que entra con gorra, la que viste con escotes y minifaldas, la hija de la enferma mental, en niño del barrio pobre, el hombre de corbata y maletín,... todos están etiquetados en tu "micromundo". A la chica que vive en medio de una familia desestructurada y la que lleva dos años sin estudiar, le has colgado la etiqueta de alumna con problemas, de necesidades educativas especiales o con riesgo de fracaso y abandono. A la chica que habla abiertamente de su sexualidad y sus relaciones le has pegado la etiqueta de pendón con el que pasar un rato y no tomarse del todo en serio. Al chico que escucha disco y se mueve en un coche tuneado le has adjudicado la etiqueta de descerebrado con el que no poder cruzar una convesación que vaya más allá de los monosílabos.

Ésas son las etiquetas que me preocupan, ésas sí que tienen componentes peligrosos y muy dañinos. ¿qué pasa, que la vida viene establecida y diseñada desde un principio, como si perteneciéramos a una casta hindú? La vida, y nosotros en ella, evoluciona. Experimentamos procesos de cambio. Si tachas a una persona de tonta y se lo haces creer, nunca hará nada por salir adelante y demostrarse que ese estigma es falso, si le dices al gitanillo que ése es su mundo y su futuro el robo, la droga o la chatarra, lo asumirá, sin plantearse qué quiere o qué le hará feliz. Pero, si pruebas a no etiquetar, a contemplar a las personas dentro de su espacio y de un momento pasajero, comprobarás cómo todos van cambiando esas determinadas etapas, que necesitaba para un cierto equilibrio y aprendizaje, por otras.

¡Por dios, no te centres en catalogar y juzgar. No eres nadie para etiquetar, ni etiquetarte ni dejar que te etiqueten. Ve más allá, a la sabiduría humilde de conocer de qué elementos e ingredientes está compuesto ése que está a tu lado, y cómo pueden mezclarse, dando lugar a un sinfín de combinaciones. Lee dentro de ti y de los demás. No cometas el cobarde error de la evitación y busca respuestas en el fondo, no te quedes en las etiquetas que, hasta todas ésas extrañísimas de los super tienen una razón de ser, cuando te detienes a profundizar en ellas.

Es sencillo, solo conociendo la naturaleza de las cosas y las personas, alcanzarás la comprensión de lo que te rodea, de cómo enfrentarlo y vivirlo, y te conocerás a ti mismo, ¡cómo no! Si de verdad te has levantado con el propósito del cambio, empieza limpiando y buscando desde dentro, porque el cambio de corte de pelo no servirá sino para que un par de días resulte más mono el escaparate. Amén.

1 comentario:

  1. Voy a hacer un poco de abogado del diablo y "defender" las etiquetas. Creo que el problema no son ellas en si. No creo que el prejuzgar a una persona por su estilo de vestir, de hablar, color de piel, gustos, etc.. sea el auténtico problema. Tampoco creo que el primer paso para dejar de juzgar o "etiquetar" a las personas sea ver que hay más alla de esa fachada, o comprenderla como parte de un proceso evolutivo en el cual buscamos esa forma de "yo" con la que nos sentimos mejor cuanto mas nos acercamos a ella. Creo que el primer paso es, simplemente, deternos. Parar. Reducir el ritmo bajando una marcha y dejar que, suavemente, el coche ese nuestro del dia dia muera sin llegar a calarse. Y, entonces si, deternos a obvervar que hay alrededor. Con calma. Las etiquetas solo cumplen una función: clasificar para identificar posteriormente en un solo vistazo lo que debería llevar muuucho más tiempo. Vivimos tan rápido que ni nos paramos a conocer a la gente, a profundizar en ella y a darnos cuenta de que todos, absolutamente todos, dentro de nuestros muchos defectos, tenemos algo bueno que aportar. Más de lo que podríamos imaginar. Pero no hay tiempo. O creemos que no hay. Nuestro estilo de vida nos empuja a querer vivir rápido, conseguir todo rápido y hasta está consiguiendo que muramos rápido con tanta enfermedad, amargadera, estres y yo qué se que más. Si no aprendemos a tomarnos las cosas con calma, todos, las etiquetas seguirán ahi cumpliendo su función. Seguiremos prejuzgando, porque ni siquiera nos quedaremos con la duda, con un "no se cómo es". Necesitamos una respuesta que conlleve un "caso cerrado". Pues bien, etiqueta al canto y eso,... para que mirar más si es asi. Siguiente que llego tarde.

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