Don Aníbal
La generosidad tiene un curioso sentido del humor, hay veces que adopta los disfraces más extraños. Esta mañana, cuando entró en el despacho no me llamó la atención. Tardé unos segundos en reaccionar y reconocerlo: era ese hombre que había estado ayer y al que ayudé a encontrar a quién buscaba y lo que buscaba; no hice mucho más, tampoco podía, mi cabeza andaba envuelta en resolver de una discusión de amigas, muy poco amistosa que, por lo pronto, ya había estallado en llantos y gritos. Unos minutos después, cuando yo estaba a la espera de que devolviesen mi espacio, ocupado por temas ajenos y él a la espera de mi compañera, surgió el tema. Había traído pescado del puerto de Santa Cruz, un sitio que en un tiempo fue su centro de trabajo y, ahora, con tantos abatares, se transformaba en un lugar de distracción y contactos. El pescado era un regalo para las chicas que también lo habían atendido el día anterior. No tenía obligación de darnos nada, sin embargo, nosotras estábamos en la obligación de aceptar su generosidad. En un primer momento, pensé que era una cuestión de orgullo, de compensación. Tú, que me ayudas a conseguir un dinero y unas facilidades para mi familia, recibe de mí y de corazón lo que pueda ofrecerte. Creí que le hacíamos un bien sintiéndonos alagadas y reconocidas y se aceptó el objeto, corrigiendo, el alimento.
No obstante, no fue el último de los regalos que nos hiciera esa mañana. -"Buenos días de nuevo",- así recuerdo que empezó todo- "perdóneme que me ponga estas otras gafas de sol, pero es que no veo, tengo problemas de retina y hasta dos prótesis por caderas, ya no soy lo que era". Lo que fue lo desconozco. Lo que estaba viendo hoy, era un hombre de unos cincuenta y tantos largos, pelo oscuro, muy bien conservado, delgado, pero fuerte, moreno, vestido con sencillez, mas con mucho esmero, perfumado y suave, dulce y sureño en el hablar. Su conversación prosiguió con la exposición de lo que pensaba acerca del tema de la emigración, su ley, su burocracia y ayudas; mal tema para sacar en mi presencia.... Atendí, escuché e intenté averiguar y respetar las razones que no acababa de aceptar. Sin que pasara mucho tiempo, la charla, con grandes matices de monólogo, regresó a los puertos de mar. Don Aníbal, así decido bautizarlo en honor a un amante de ésos que tuve, de los que me duran exactamente dos días, me causan terribles remordimientos de conciencia y del que solo puedo recordar ya, que trabaja en las aduanas del puerto,... Pues mi don Aníbal comenzó a relatarme su historia de barcos, de comidas rumanas, de sus años juveniles y correrías a los veintipocos. Me detalló el mucho dinero que ganó y el cómo lo gastó. "-¡Auténticas fortunas!, lo que hoy serían millones. Y tenía casi tanto dinero como amigos. Todas las noches tenía quien se viniera conmigo al Puerto de la Cruz a beber y disfrutar, y ligar con las alemanas y las noruegas. Yo no bebía por necesidad, sino porque mi enorme inseguridad y timidez me obligaba, pero cada vez me acostumbraba más y más al alcohol y necesitaba beber más y más. En aquellos días no supe ahorrar, gasté todo lo que gané. Compré cosas caras y creí estar viviendo bien. Qué pedazo de patraña. La vida hay que vivirla, pero con cabeza y moderación. Luego no supe transmitirle todo esto a mi hija, que siguió los mismos pasos, o peores, metida con tantos hombres y en la droga. Enfermedades y accidentes me han dejado inútil, con una paga y sin nada que poder ofrecer".
Singulares palabras, "sin nada que ofrecer"... Me estaba regalando su vida, y no de forma inconsciente, ¡qué va!, a posta, por cariño a una extraña, y ¡aún me decía que no tenía que ofrecer! Sus palabras fueron: "No quiero que nadie cometa mis errores, sobre todo las chicas, chicas como tú que necesitan de la vida y del amor, pero que lo tienen tan difícil, si todo no les va... Enhorabuena por tus estudios y tu trabajo, ahora vive con sensatez y piensa que eres como una princesa (juro que usó esa palabra) que no necesita de nadie, quien te quiera bien, que decida quedarse contigo a tu lado, con fundamento, si no, sigue tu camino, que un hijo a solas no es un amor, sino una carga, que los oídos regalados son peligrosos. Ahorra tu dinero, ahorra tu cariño y no te dejes engañar por nada ni por nadie".
Aníbal se sentía solo. La juventud le dejó como seña la lección de que amistad e interés no pueden ir de la mano, que el dinero no llena, que los objetivos y retos son premisas necesarias, que nuestros hijos heredarán nuestros errores. Pasó la juventud dando, pero su madurez no está siendo muy distinta: -"Me gusta conversar con la gente joven y regalarles mis enseñanzas. No tengo problema en contarles mi vida, porque no dejo de estar orgulloso de ella, a pesar de todos los fallos que cometí, pero quién sabe cuántas personas podrán evitar mi sufrimiento, si yo les regalo mi consejo, a mí, con saber que ayudé a uno o dos, me basta".
Yo soy una, soy parte de esa semilla, don Aníbal. Nuestra conversación supuso tiempo ganado, no ya por esas lecciones que en parte he visto o vivido, maravillosas lecciones de vida-dura, sino por el placer de encontrar a alguien tan generoso, que nada gana, que nada busca, más que seguir siendo un magnánimo mecenas y un ser socialmente provechoso. Y lo es, le aseguro, don Aníbal, que lo es. Que es mi personaje importante y admirado y que desde aquí le doy las gracias. Mañana seré un poco mejor porque usted existe.
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