jueves, 28 de mayo de 2009

SINTIÉNDOME AMANDA


En una ocasión me miró con amor y nunca he podido olvidar ese instante. Estábamos en el sofá de su casa, haciendo tiempo, a la espera del resto del equipo de baloncesto; lo típico: quién llevaría coche, quién soportaría los chistes horrorosos de Ruimán, quién sería el último en llegar esta vez... Nosotros estábamos listos. Él había aprendido conmigo a ser puntual, yo a secarme con detalle, entre los dedos de los pies al salir de la ducha, a meterle queso y zanahoria rayada a las tortillas, a llevar la estadística de un partido de baloncesto o que se pueden meter triples midiendo un metro sesenta. Esa tarde yo estaba sentada sobre sus rodillas, hablábamos no recuerdo de qué, teníamos la tele encendida, pero tampoco sabría decir que estaban poniendo, solo puedo recordar que César me contemplaba como si yo fuera el ser más fabuloso del mundo. No llevávabamos precisamente seis meses, esos primeros meses mejor ni recordarlos por su dureza, cargábamos dos o tres años de relación a nuestras espaldas, quizá más. Ya no teníamos que escuchar de todos los que nos rodeaban "separaos de una vez, por dios, dejad los arrumacos que me voy a vomitar"; por aquél entonces la pasión y el sexo se reducía a varias veces por semana, pero estaba ahí la magia, el brillo lacrimoso de sus ojos, las caricias suaves y la seguridad de que prestas verdadera atención al otro. El mundo existe y sigue, eso sí, pero todo el universo se detiene para escuchar a tu pareja. Por esa simple reacción y esos valiosísimos segundos le estaré agradecida eternamente, a pesar de todo lo que haya podido pasar después, de lo que nos separó y las oscuras lecciones aprendidas. Pero es que, gracias a él, un día moriré con la convicción de que di y recibí amor, en todas sus facetas y con todos sus pasos.

Cuando todo terminó, la sensación de vacío pudo conmigo mucho tiempo, es natural. Luego, algo más curados, elegimos seguir creciendo cada uno por su lado, y la vida nos reunió de nuevo, con paz, en el momento justo en que nos dábamos cuenta de que ya no podríamos coincidir ni compartir un mismo camino. Pero nos vino bien saber que estábamos ahí para otras cosas, y que estamos. Resulta bonito, y tranquilizador.
No obstante, a mí me embargaría una duda, una duda que nada tenía que ver con él, sino con aquel segundo vivido y aquella forma de ser contemplada. ¿Volvería a ver esa mirada otra vez, en otra oportunidad y otro rostro? Hubiera dado lo que fuera por asegurarme un sí.

Llegaron más hombres a mi vida y de todos aprendí. De nuevo volví a querer a uno, aunque sé a ciencia cierta que él de veras nunca me quiso. La mirada no brotó. Aquella historia no se vivió con la misma intensidad ni eran iguales las circunstancias. Otro momento y otra lección. De los demás, salvo en uno solo de los casos, pues como diría Machado, di lo que ellos me pidieron y viví, aprendí, saqué conclusiones, y hasta llegué a clasificar a esa extraña especie que convive con nosotras, segun sus características, alfabeto y rangos. Nunca regresó la dulce, limpia y mágica mirada. Salvo una noche y durante cinco segundos en que alguien abrió su alma y bajo la guardia.

Salíamos de una bodega unos cuantos camino de nuestros coches. Sí, estaba en condiciones de conducir, la prueba de ello, el camión fantasma que supimos evitar otro coche y yo, cuando el extraño personaje digno de una peli de terror, nos embistió en una autopista desierta por la madrugada. Incluyo esta apostilla, pues si mi razón estaba en condiciones de llevar un coche, tengan por seguro que también lo estaba para distinguir la mentira de la verdad, lo seguro frente a la presunción o la suposición. Esa noche, él se detuvo a cerrar la reja del garaje, durante dos segundos me miró de aquella manera y se juntaron un momento nuestras manos. De nuevo sentí la gratitud de recibir el mejor de los regalos, a la vez que me invadía el miedo.

Ahora, mientras escribo, no creo siquiera que fuese mi miedo. Resulto ser una persona caprichosa e inconstante. Pocos son los que de verdad me conocen, simplemente porque no me da la gana de pasar más allá del escaparate y de que la gente contemple mi verdadera forma de ser. ¡Ni por tener que volver a contar todas las historias y circunstancias que he rodado! Si yo fuera como él, ante alguien como yo, sentiría miedo. Él es un cúmulo de virtudes físicas y personales, un gran hombre en muchísimos sentidos, como profesional, como amigo, como padre,... Es un hombre curtido e inteligente que ha sabido superar cualquier reto que le pusiera la vida, y algunos no han sido fáciles, pero, desde mi humilde opinión, no está viviendo la vida que quiere vivir. Hay cosas que faltan, cosas que están al alcance de su mano, alguna de ellas estaba claro que yo se las podía ofrecer, eso debe causar este horrible miedo. Dar un paso hacia mí, sin tener que quedarse conmigo, en mí o mi lado, es correr el riesgo de precipitarse en un abismo. ¿Creéis que no soy consciente de ello? Soy un ser en búsqueda, tengo claro lo que quiero y cuáles son mis ideales en muchos aspectos y no cesaré en mi búsqueda hasta que dé con ellos. Porque yo no persigo utopías ni la perfección, eso no existe, busco lo que es perfecto para mí, y es no solo es posible sino preciso. Luego frenaré, mientras, entraré y saldré de sitios, vidas, trabajos y camas. Aprendo de la vida, de los libros y de los seres. Necesito de diferentes libros, vidas y seres.

De él he aprendido mucho, y me siento bien a su lado. Evocarlo es despertar una bonita sonrisa, a pesar de todo. En muchas ocasiones, he sentido que me inestabiliza, pone en duda mi naturaleza y mis pensamientos, me hace enfadar y desear pegarle dos gritos. En ocasiones, me puede el que niegue lo evidente, porque creo en mi intuición y creo que el tiempo de la magia estuvo ahí.

Es por ello que escribo y limpio, no puedo avanzar cuando se me remueven los esquemas, como si fuese un puente colgante entre dos barrancos y tuviera que venir un Indiana Jones a estirarme su brazo en el último segundo. Yo tengo que respirar y percibir y sentir y pensar y lo reconozco: sé que sintió y sé que sentí, y por ello estoy una vez más en deuda eterna, a pesar de que la figura de Amanda haya brotado hoy en mi corazón, a pesar de que perciba ira, decepción, dolor y el único sentimiento que me incomode a mí sea la desazón ante la incapacidad de sentirme mal . Y me pregunto ¿tiene que ver con la sensación de estar en posesión de la verdad? ¿o de vivir inmerso en una locura estable? ¿y qué hay de malo en reconocer un sentimiento o un defecto o una debilidad? De nuevo, muchas preguntas que no sé para donde irán, a un mayor conocimiento de mí y de los demás, o eso espero y deseo. De todas formas, algo sí que me queda claro, algo que ya sabía y reconocía: tu sentir te pertenece, nada ni nadie puede condicionarlo. Podrán sentir por uno odio, indiferencia, repulsión, desconcierto, envidia, o cuántos sentimientos negativos existan y que, gracias a dios, no les sé poner nombre, ni me vienen a la cabeza a pesar del mucho esfuerzo, pero no serás tu quien tenga que compartirlo o reroducirlos. Sigo sintiendo, no solo por él, admiración, respeto, cariño , simpatía, deseos de reír, besar y abrazar, y espero que estos sentimientos tan positivos se dediquen a revolotear a su alrededor, como confeti brillante y musical, y deseo que un día, cuando esté en otro momento y otra sintonía, los reciba, los aspire y le sirvan para mejorar su momento.

No soy Jesucristo, es más no querría serlo nunca, a pesar de considerarlo un gran maestro y guía, también lo considero en muchas cosas un pringado inimitable y excesivamente sacrificado, pero me viene a la memoria y al corazón en este momento, porque sé que en algun momento, él fue y sintió, se comportó como Judas, que no es éste el caso, la verdad. Lo mejor de este tipo es que aún siguió amando y creyendo en San Pedro, aunque lo negase hasta tres veces.

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