domingo, 24 de mayo de 2009

PERSONAJES II

ELENA



Uno de los primeros días en los que nos tropezamos me sorpendió su ceño fruncido. Aquel genio malo y mal disimulado destacaba mucho más en su rostro, que en cualquier otro que hubiese visto antes. Pelos cobrizos y pobladas cejas rubiancas, pecas y ojos azules, conformaban el rostro de una mujer casi sin labios, de pechos voluminosos, corta estatura y culo plano. Nada más verme, dio a entender que no quería nada conmigo, fue seca y distante en el trato, parecía molestarle mi simpatía y ese tono de descaro con el que me muevo por costumbre. Intuí que yo representaba algo que le dolía, algo molesto; una herida abierta y sangrante. Pero, ciertamente me chocó. Nada tenía que ver esa extraña mujer con las otras dos persona que suelen atender este local: él, un guaperas cuarentón de perilla cuidada y ropa negra, de mercedes descapotable y lengua ligera, que adorna con mil piropos zalameros sus saludos. Ella, una morena de melena rizada y ojos verdes, de treinta y tantos, carnes prietas y ropa ceñida, con carácter abierto y buscadora de frívolas y muy divertidas conversaciones. Por un momento, pensé que formaban un triángulo de equilibrio, en el que cada uno desempeñaba su papel: seriedad, gracia, simpatía,... ofreciendo todo lo que se puede ofrecer a la muy variopinta clientela que puede entrar en dicho lugar. Luego, con el paso del tiempo y nuevas circunstancias me di cuenta de que me había equivocado en casi todo, salvo en lo de triángulo.

Sí es cierto, yo encarnaba una herida abierta y recordaba una amenaza. Mis juegos lingüísticos se asemejan a los de él, mi edad y aspecto se acercan bastante a los de ella. Ella y él son amantes. Él y ella son pareja. Ella era la esposa del mejor amigo de él. Mi rubia incógnita, a la que desde este momento llamaremos Elena, la esposa de él. Veinte años estuvieron casados, probando con un negocio u otro, hasta que el actual, muy fructífero, demandó nuevos dependientes dada su expansión. La esposa del amigo buscaba trabajo y entró a formar parte del equipo. Elena sabía de la costumbre de su marido de picar aquí y allá, cargaba en sus carnes el papiloma que le trajo de una de sus visitas a otra mujeres, pero esta vez resultó diferente. Resultó diferente por el momento: cáncer de útero, por otras circunstancias: la enfermedad de su madre, por el desenlace: no fue un lío de dos noches, sino una relación encubierta que mantenían desde hacía muchos meses. El final no habría de sorprender a nadie; se separaron. Ella se quedó con la casa, él se vino a mudar a la vivienda que hay encima del local, con la morena. Pero los tres siguen trabajando en el mismo local, y a consecuencia de los horarios no quita que, en alguna que otra ocasión, el triángulo se transforme en pareja: Elena y la morena, mi guaperas y Elena, mi guaperas y su morena.

Un día, un día de esos que yo tengo movidito, quiso abrirme su corazón. Tal vez, se dio cuenta de que yo no era responsable de lo que le sucedía, ni tal amenaza. Tal vez, ese día parecía vulnerable y, por lo tanto, más humana. Tal vez, se percató de que yo estaba empezando a coger recortes y recomponer tamaño puzzle. Pero ese día, por lo que sea, me contó su historia (sí, yo fui lo bastante cautelosa como para sonsacarle a él más adelante y poder construir mi propia versión "mediada") ¿Cómo lo soportas? le pregunté en una ocasión, ¿por qué? "-Porque este local es el pan de mis hijos, porque hay que tragar, porque lo quiero, porque es el hombre de mi vida, porque sé que soy la mujer de su vida y ninguna que entre, ahora ni nunca, podrá igualarse a mí y a lo que hemos vivido, porque no me he curado, porque sigo necesitando aspirar el aroma que deja cuando se marcha".

Hace tiempo que Elena y yo nos consideramos amigas. Mantenemos conversaciones de quince minutos, tras el mostrador, en la trastienda,... Por lo pronto, el único café que compartimos es el que le traigo del bar de enfrente, no hemos hecho vida social, mas hemos compartido, día a día, vidas íntimas. Tampoco es que ella demande otra cosa ni yo quiera pedírsela.

Hace tiempo que he descubierto que Elena es alegre y simpática, fuerte y decidida, inteligente y pasional, sincera y entrañable. Que sus pecas son cicatrices de vida y experiencia, que demanda afecto, que no busca el amor.

Hace tiempo que Elena y yo aprendimos juntas que las primeras impresiones resultan engañosas.

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