How to do Maintenance on Portable AC Unit
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SALTARSE LAS NORMAS
Le está dando la espalda, mientras, recostada en el sofá, escucha música en el mp3 y finje leer un libro. Hace calor. No puede concentrarse en su lectura ante la vista de su espalda desnuda. Apenas mueve músculo alguno, pero se dibuja perfecta, morena, brillante, latina... Tiene instrucciones de no molestarlo cuando está, como ahora, sentado ante el ordenador. Su trabajo es importante. Él es uno de los mejores, pero también de los más jóvenes del astrofísico, y se siente constantemente obligado a recordarse y recordar que con él se puede contar. Eso es lo que más exitante le resulta a ella: una mente inteligente escondida tras un tipo divertido, que baila tangos y sucumbe como un crío a sus encantos. Se siente prácticamente feliz desde allí, desde su sofá blandito y la visión de su espalda. Pero quiere más. Eso es lo mejor de la dicha, siempre puede ambicionarse más. En el mp3 comienza a sonar May be this time, de Liza Minelli. El ritmo de cabaret invita a balancerarse, a arrullar y ser arrullado. Se le ocurre una idea y salta sigilosamente del sofá. Pause al aparato y dirección al baño. Coge el antifaz de seda negra china, el que suele ponerse en la bañera para desconectar y lo oculta a su espalda, enganchado en las braguitas. Sin pensarlo mucho, incumpliendo las normas se planta ante él, sus piernas abiertas rodeando las suyas. Ha vuelto a darle al play. -"No te pongas delante de la pantalla que estoy trabajando", es toda respuesta. Lo ignora, saca el antifaz y se lo coloca. - "¿qué haces?" -"Quiero que adivines qué canción estoy escuchando". -"¿Qué?" _"Tú obedece y calla , adivina solo con las manos, qué es lo que escucho.Luego me voy". Él se resigna a obedecer. Reconoce por el tono de su voz que se haya inmerso en uno de esos momentos en los que toda resistencia resulta inútil, es más, admitiría ante cualquier jurado que, en realidad, nunca le apetece resistirse, prefiere dejarse llevar por las ocurrencias de la chica. Le resulta seductora esa extraña combinación de sensata responsabilidad e ingenua locura. Los ojos tras el antifaz, el rostro levantado deja que lleve las manos cálidas y varoniles de él hasta las caderas de ella. Percibe el balanceo, el movimiento lento y circular de su cuerpo. Los golpes sensuales de cintura, nalgas y vientre contrayéndose y relajándose, delante y atrás. Sigue con sus manos hacia arriba, por su piel suave y húmeda, en dirección a sus pechos, por debajo de la camiseta; pezones erizados y brazos levantados. Ha colocado sus manos tras la nuca y juega con su cabello. Le pregunta de nuevo: -"¿qué escucho?" No hay respuesta. Ella ha descendido para bailar sobre su regazo, frota su cuerpo contra sus muslos, su pene. Juega con los dedos entre sus labios, oreja, cuello, hombros. Ahora son sus labios los que lo recorren. Susurra algo en inglés a su oído, pero es incapaz de distinguir qué. Su mano se está introduciendo dentro de las braguitas de la chica que, astuta le ha dado en cuestión de milésimas de segundo al botón de repetir canción. Con los ojos cerrados, no quiere perder ni el ritmo ni la fantasía que está representando. Se siente exitada ante la idea de estar rompiendo su norma de no molestar, como una traviesa putilla de cabaret alemán de los años veinte. Imita sus gestos, introduce la mano dentro de su pantalón corto sin dejar de bailar. Se quita la poca ropa. Con destreza y calma se la quita a él, sin dejar de moverse, sin dejar de jugar con sus labios, ahora más abajo, mucho más abajo, sin permitirle despojarse del antifaz. El baile continua ahora sobre su pene. Las manos en sus nalgas. Percibe como nunca el contoneo circular de su cuerpo, el ritmo de esa bendita música que no termina de adivinar. Ella entra y sale, se adelanta y retrocede, aprieta, se revuelve y estira como una serpiente. No puede evitar el calor, la respiración acelerada, el jadeo, la exitación incontrolada por quien usa sus manos para recorrer cada centímetro de su piel, masajear puntos que desconocía, introducir su lengua taviesa en la boca entreabierta y tirarle ansiosamente del pelo. Placer, travesura, final... Se termina. Termina la canción. Le pregunta una vez más -"¿sabes qué escuchaba?" -"No estoy seguro", es su respuesta, "tendrás que volver a ponérmela otro día". Se sonríen. Ella le besa dulce en los labios, coge su libro, abandona la habitación. Le costará al menos diez minutos volver a concentrarse en su trabajo al ordenador.
Le está dando la espalda, mientras, recostada en el sofá, escucha música en el mp3 y finje leer un libro. Hace calor. No puede concentrarse en su lectura ante la vista de su espalda desnuda. Apenas mueve músculo alguno, pero se dibuja perfecta, morena, brillante, latina... Tiene instrucciones de no molestarlo cuando está, como ahora, sentado ante el ordenador. Su trabajo es importante. Él es uno de los mejores, pero también de los más jóvenes del astrofísico, y se siente constantemente obligado a recordarse y recordar que con él se puede contar. Eso es lo que más exitante le resulta a ella: una mente inteligente escondida tras un tipo divertido, que baila tangos y sucumbe como un crío a sus encantos. Se siente prácticamente feliz desde allí, desde su sofá blandito y la visión de su espalda. Pero quiere más. Eso es lo mejor de la dicha, siempre puede ambicionarse más. En el mp3 comienza a sonar May be this time, de Liza Minelli. El ritmo de cabaret invita a balancerarse, a arrullar y ser arrullado. Se le ocurre una idea y salta sigilosamente del sofá. Pause al aparato y dirección al baño. Coge el antifaz de seda negra china, el que suele ponerse en la bañera para desconectar y lo oculta a su espalda, enganchado en las braguitas. Sin pensarlo mucho, incumpliendo las normas se planta ante él, sus piernas abiertas rodeando las suyas. Ha vuelto a darle al play. -"No te pongas delante de la pantalla que estoy trabajando", es toda respuesta. Lo ignora, saca el antifaz y se lo coloca. - "¿qué haces?" -"Quiero que adivines qué canción estoy escuchando". -"¿Qué?" _"Tú obedece y calla , adivina solo con las manos, qué es lo que escucho.Luego me voy". Él se resigna a obedecer. Reconoce por el tono de su voz que se haya inmerso en uno de esos momentos en los que toda resistencia resulta inútil, es más, admitiría ante cualquier jurado que, en realidad, nunca le apetece resistirse, prefiere dejarse llevar por las ocurrencias de la chica. Le resulta seductora esa extraña combinación de sensata responsabilidad e ingenua locura. Los ojos tras el antifaz, el rostro levantado deja que lleve las manos cálidas y varoniles de él hasta las caderas de ella. Percibe el balanceo, el movimiento lento y circular de su cuerpo. Los golpes sensuales de cintura, nalgas y vientre contrayéndose y relajándose, delante y atrás. Sigue con sus manos hacia arriba, por su piel suave y húmeda, en dirección a sus pechos, por debajo de la camiseta; pezones erizados y brazos levantados. Ha colocado sus manos tras la nuca y juega con su cabello. Le pregunta de nuevo: -"¿qué escucho?" No hay respuesta. Ella ha descendido para bailar sobre su regazo, frota su cuerpo contra sus muslos, su pene. Juega con los dedos entre sus labios, oreja, cuello, hombros. Ahora son sus labios los que lo recorren. Susurra algo en inglés a su oído, pero es incapaz de distinguir qué. Su mano se está introduciendo dentro de las braguitas de la chica que, astuta le ha dado en cuestión de milésimas de segundo al botón de repetir canción. Con los ojos cerrados, no quiere perder ni el ritmo ni la fantasía que está representando. Se siente exitada ante la idea de estar rompiendo su norma de no molestar, como una traviesa putilla de cabaret alemán de los años veinte. Imita sus gestos, introduce la mano dentro de su pantalón corto sin dejar de bailar. Se quita la poca ropa. Con destreza y calma se la quita a él, sin dejar de moverse, sin dejar de jugar con sus labios, ahora más abajo, mucho más abajo, sin permitirle despojarse del antifaz. El baile continua ahora sobre su pene. Las manos en sus nalgas. Percibe como nunca el contoneo circular de su cuerpo, el ritmo de esa bendita música que no termina de adivinar. Ella entra y sale, se adelanta y retrocede, aprieta, se revuelve y estira como una serpiente. No puede evitar el calor, la respiración acelerada, el jadeo, la exitación incontrolada por quien usa sus manos para recorrer cada centímetro de su piel, masajear puntos que desconocía, introducir su lengua taviesa en la boca entreabierta y tirarle ansiosamente del pelo. Placer, travesura, final... Se termina. Termina la canción. Le pregunta una vez más -"¿sabes qué escuchaba?" -"No estoy seguro", es su respuesta, "tendrás que volver a ponérmela otro día". Se sonríen. Ella le besa dulce en los labios, coge su libro, abandona la habitación. Le costará al menos diez minutos volver a concentrarse en su trabajo al ordenador.
LA VENTANA DE LOS CUENTOS
SCHEREZADIANDO
EL Carruaje
Un día de octubre, una voz familiar en el teléfono me dice:
—Sal a la calle que hay un regalo para ti.
Entusiasmado, salgo a la vereda y me encuentro con el regalo. Es un precioso carruaje estacionado justo frente a la puerta de mi casa. Es de madera de nogal lustrada, tiene herrajes de bronce y lámparas de cerámica blanca, todo muy fino, muy elegante, muy “chic”. Abro la portezuela de la cabina y subo. Un gran asiento semicircular forrado en pana y unos visillos de encaje blanco le dan un toque de realeza al cubículo. Me siento y me doy cuenta que todo está diseñado exclusivamente para mí, está calculado el largo de las piernas, el ancho del asiento, la altura del techo… todo es muy cómodo, y no hay lugar para nadie más. Entonces miro por la ventana y veo “el paisaje”: de un lado el frente de mi casa, del otro el frente de la casa de mi vecino… y digo: “¡Qué bárbaro este regalo! Qué bien, qué lindo…” Y me quedo un rato disfrutando de esa sensación. Al rato empiezo a aburrirme; lo que se ve por la ventana es siempre lo mismo. Me pregunto: “¿Cuánto tiempo uno puede ver las mismas cosas?” Y empiezo a convencerme de que el regalo que me hicieron no sirve para nada. De eso me ando quejando en voz alta cuando pasa mi vecino que me dice, como adivinándome:— ¿No te das cuenta que a este carruaje le falta algo? Yo pongo cara de qué le falta mientras miro las alfombras y los tapizados.— Le faltan los caballos —me dice antes que llegue a preguntarle. Por eso veo siempre lo mismo —pienso—, por eso me parece aburrido…
— Cierto —digo yo. Entonces voy hasta el corralón de la estación y le ato dos caballos al carruaje. Me subo otra vez y desde adentro grito:—¡¡Eaaaaa!!El paisaje se vuelve maravilloso, extraordinario, cambia permanentemente y eso me sorprende. Sin embargo, al poco tiempo empiezo a sentir cierta vibración en el carruaje y a ver el comienzo de una rajadura en uno de los laterales. Son los caballos que me conducen por caminos terribles; agarran todos los pozos, se suben a las veredas, me llevan por barrios peligrosos. Me doy cuenta que yo no tengo ningún control de na-da; los caballos me arrastran a donde ellos quieren.Al principio, ese derrotero era muy lindo, pero al final siento que es muy peligroso. Comienzo a asustarme y a darme cuenta que esto tampoco sirve. En ese momento, veo a mi vecino que pasa por ahí cerca, en su auto. Lo insulto:— ¡Qué me hizo! Me grita: — ¡Te falta el cochero!— ¡Ah! —digo yo. Con gran dificultad y con su ayuda, sofreno los caballos y decido contratar a un cochero. A los pocos días asume funciones. Es un hombre formal y circunspecto con cara de poco humor y mucho conocimiento. Me parece que ahora sí estoy preparado para disfrutar verdaderamente del regalo que me hicieron. Me subo, me acomodo, asomo la cabeza y le indico al cochero adónde quiero ir. Él conduce, él controla la situación, él decide la velocidad adecuada y elige la mejor ruta.Yo… Yo disfruto del viaje.
La armonía deberás construirla con todas estas partes, cuidando de no dejar de ocuparte de ninguno de estos tres protagonistas.
EL Carruaje
Un día de octubre, una voz familiar en el teléfono me dice:
—Sal a la calle que hay un regalo para ti.
Entusiasmado, salgo a la vereda y me encuentro con el regalo. Es un precioso carruaje estacionado justo frente a la puerta de mi casa. Es de madera de nogal lustrada, tiene herrajes de bronce y lámparas de cerámica blanca, todo muy fino, muy elegante, muy “chic”. Abro la portezuela de la cabina y subo. Un gran asiento semicircular forrado en pana y unos visillos de encaje blanco le dan un toque de realeza al cubículo. Me siento y me doy cuenta que todo está diseñado exclusivamente para mí, está calculado el largo de las piernas, el ancho del asiento, la altura del techo… todo es muy cómodo, y no hay lugar para nadie más. Entonces miro por la ventana y veo “el paisaje”: de un lado el frente de mi casa, del otro el frente de la casa de mi vecino… y digo: “¡Qué bárbaro este regalo! Qué bien, qué lindo…” Y me quedo un rato disfrutando de esa sensación. Al rato empiezo a aburrirme; lo que se ve por la ventana es siempre lo mismo. Me pregunto: “¿Cuánto tiempo uno puede ver las mismas cosas?” Y empiezo a convencerme de que el regalo que me hicieron no sirve para nada. De eso me ando quejando en voz alta cuando pasa mi vecino que me dice, como adivinándome:— ¿No te das cuenta que a este carruaje le falta algo? Yo pongo cara de qué le falta mientras miro las alfombras y los tapizados.— Le faltan los caballos —me dice antes que llegue a preguntarle. Por eso veo siempre lo mismo —pienso—, por eso me parece aburrido…
— Cierto —digo yo. Entonces voy hasta el corralón de la estación y le ato dos caballos al carruaje. Me subo otra vez y desde adentro grito:—¡¡Eaaaaa!!El paisaje se vuelve maravilloso, extraordinario, cambia permanentemente y eso me sorprende. Sin embargo, al poco tiempo empiezo a sentir cierta vibración en el carruaje y a ver el comienzo de una rajadura en uno de los laterales. Son los caballos que me conducen por caminos terribles; agarran todos los pozos, se suben a las veredas, me llevan por barrios peligrosos. Me doy cuenta que yo no tengo ningún control de na-da; los caballos me arrastran a donde ellos quieren.Al principio, ese derrotero era muy lindo, pero al final siento que es muy peligroso. Comienzo a asustarme y a darme cuenta que esto tampoco sirve. En ese momento, veo a mi vecino que pasa por ahí cerca, en su auto. Lo insulto:— ¡Qué me hizo! Me grita: — ¡Te falta el cochero!— ¡Ah! —digo yo. Con gran dificultad y con su ayuda, sofreno los caballos y decido contratar a un cochero. A los pocos días asume funciones. Es un hombre formal y circunspecto con cara de poco humor y mucho conocimiento. Me parece que ahora sí estoy preparado para disfrutar verdaderamente del regalo que me hicieron. Me subo, me acomodo, asomo la cabeza y le indico al cochero adónde quiero ir. Él conduce, él controla la situación, él decide la velocidad adecuada y elige la mejor ruta.Yo… Yo disfruto del viaje.
La armonía deberás construirla con todas estas partes, cuidando de no dejar de ocuparte de ninguno de estos tres protagonistas.
Los que escriben y leen: ¡libroooos!
- EL FRIO MODIFICA LA TRAYECTORIA DE LOS PECES, Pierre Szalowski
- EL GUARDIAN DEL DRAGÓN, Carole W.
- FLUIR, M. Csikszentmihalyi. Difícil de conseguir, pero quien lo pille tendrá una de esas biblias para disponer siempre.
- EL ALQUIMISTA, Paulo Coelho, lo hayas leído ya o no, es justo el momento
- Para niños y no tan niños con ganas de reír, "Guía para el buen estudiante" de Ibañez
- EL JARDÍN DEL SAMURAI, Tsukiyama. Una novela entrañable y delicada que rescata las relaciones familiares, los valores, el amor. Solo apta para seres con sensibilidad.
- El arte de vivir el Tantra, de Marc Allen,abarca todo menos sexo, absténganse los que buscan posturas sinsentido. Es un recorrido por nosotros mismos y la manera de tomar las riendas de la vida con positividad y meditación.
- EL SECRETO, Rhonda Byrne. Un libro que anda revolucionando a la gente y que contiene mucha filosofía antigua presentada como algo nuevo, pero enseña a cuidarse, desear, proyectar, y todo eso nos viene muy bien. Hay cosas que es bueno que se peguen.
- AFRODITA, de Isabel Allende, es un libro viejo de los que aporta cosas nuevas: recetas, cuentos, historias y curiosidades para despertar la sensualidad y la sexualidad.
- La vida en la puerta de la nevera, de Alice Kuipers, invita a reflexionar acerca de cómo y qué comunicamos, antes de que la vida dé un giro inesperado y sea demasiado tarde.
- FIRMIN, de Sam Savage. La simpática y tierna historia de una rata lectora que sabe amar y unirse a los que nadie quiere. Uno de esos libros a los que sin duda Cervantes pondría un sobresaliente.
VENTANAS Y DESVENTANAS
Las diferencias entre ver una ventana medio abierta o medio cerrada: Ventajas y desventajas de UN ABRAZO
BUENO ES MI ABRAZO...
... porque dice te quiero y confío en ti.
... porque resulta caricia y apoyo.
... porque es la muestra más sincera que te puedo ofrecer.
... porque sentirás mi energía y el deseo de que lande ambos se alinee en paz
...porque es mi regalo
BUENO ES MI ABRAZO...
... porque dice te quiero y confío en ti.
... porque resulta caricia y apoyo.
... porque es la muestra más sincera que te puedo ofrecer.
... porque sentirás mi energía y el deseo de que lande ambos se alinee en paz
...porque es mi regalo
MALO ES MI ABRAZO...
... porque crea adicción.
... porque te desnuda.
... porque te atrapa.
... porque te ducharás solo y no habrá quien juegue a escribirte mensajes divertidos, con los dedos, en la espalda.
... porque no te habrás dormido entre fantasías y hasta un cuento de después de...
QUE NO SE TE ESCAPE...
- El estreno de una nueva película de Eliso Subiela, NO MIRES PARA ABAJO, de ésas que enciende cuerpo y alma
- Miguel Bosé en Adeje el próximo 20 de julio
- Para el trabajo, para limpiar,para ligar, para bailar, para sentir, para regalar,...http://www.rockola.fm/
REGÁLATE UN TIEMPO... para el cine
CUANDO ABRES LA VENTANA...
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