lunes, 14 de septiembre de 2009

SENDEROS


En un momento dado, insospechado, impredecible, inesperado, sorpresivo, inoportuno,... el camino se dividió en varios senderos. Me llamó la atención que el camino acostumbrado y concurrido se tornaba lleno de baches, piedras y espinas. A pesar de que no fuese la primera vez que me enfrentaba a un camino muy dificultoso, no me apeteció ni lo más mínimo continuar por él; había decidido que mi destino fuese otro. ¡Yo quería un camino luminoso amplio y colorido! Clamé al cielo y lo pedí con alegría y fuerza, también con esperanza, y más tarde lo seguí pidiendo con la desesperación que el cansancio causa. Y poco a poco, iba cayendo en la terrible angustia de no entender por qué el cielo no me respondía. No terminó de aparecer un camino que comprendí que era de cristal, de un cristal tan frágil y transparente que se me aparecía como invisible.

Luego descubrí los otros senderos. El primero extraño e incierto, no me acababa de convencer. Sabía, en el fondo, que adoptarlo no supondría más que una respuesta a mi necesidad. Luego estaba el otro, misterioso y bien distinto a todo lo que había conocido hasta ahora. Ni siquiera podía estar segura de si debía cogerlo. Tampoco buscaba un camino excesivamente simple, sin en el andar no aprendo y disfruto del aprendizaje, para qué caminar. El camino tenía un lado de engañoso, otro tanto de indefinido, pensé que... pudiera ser fruto de mis miedos, de creer que no sabría recorrerlo con éxito y de separarme de lo que siempre fue mi sendero natural, pero por otro lado, me intrigaba saber por qué por mucho que me alejara del camino siempre volvía a plantarse ante mis narices. Así que tomé aire y me decidí, algo me aguarda aquí y debo proseguir, lo haré despacio, pero no le daré la espalda.

Metáfora de un caminante